domingo, 30 de noviembre de 2008

Cómo ayudar al águila filipina


Escrito por: Staff

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Foto de Klaus Nigge

En los bosques tropicales de la Isla Mindanao, las voces de tonos altos de las jóvenes águilas filipinas pueden ser oídas. Pero, ¿por cuánto más tiempo podremos oír las suplicas de esta magnífica ave?



Desde 1960, los ornitólogos han pronosticado la extinción del águila filipina, endémica a Filipinas. La enorme ave de rapiña del bosque sobrevive en cuatro lugares (Luzón, Samar, Leyte y Mindanao) y, sin ningún otro predador, la principal amenaza al ave es la pérdida de hábitat a causa de la deforestación. Otras amenazas incluyen la minería y la caza descontrolada. Se estima que menos de 300 águilas filipinas sobreviven hoy en día. Abajo hay una lista de organizaciones que trabajan para cambiar el destino de una de las águilas más grandes del mundo.



Fundación del Águila Filipina


Organizada en 1987, la Fundación del Águila Filipina se dedica a la supervivencia del águila a través de un gran número de programas que se enfocan en proteger su hábitat y biodiversidad, así como en promover la reproducción, la investigación y la educación dentro de las comunidades.



Fondo Peregrino


El Fondo Peregrino se enfoca, a través de numerosos programas, en la conservación de aves nacionales e internacionales. Trabajan con la Fundación del Águila Filipina en varias iniciativas, incluyendo en el programa de reproducción en cautiverio y liberación.


BirdLife International


El águila filipina forma parte del programa BirdLife Species Champions, campaña designada a ayudar las 189 aves en peligro de extinción.



Alianza para la Conservación de las Águilas


La misión de la Alianza para la Conservación de las Águilas es sostener las poblaciones de más de 70 especies diferentes de águilas. La alianza participa en un número de actividades de conservación.

FARAONES NEGROS

Faraones negros



Escrito por: Robert Draper

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Foto de Kenneth Garrett


Un capítulo ignorado por la historia relata la época en que los reyes, desde lo más profundo de África, conquistaron el antiguo Egipto


En el año 730 a. C. un hombre llamado Piankhi decidió que la única manera de salvar de sí mismo a Egipto era invadiéndolo. La situación se tornaría sangrienta antes de que llegara la salvación.


“Aparejen los mejores corceles de sus cuadras”, ordenó a sus caudillos. Destrozada por la mezquindad de los jefes militares, la civilización que había construido las colosales pirámides perdió su grandeza. Durante dos decenios Piankhi gobernó su reino desde Nubia, un estrecho en África cuya mayor parte se ubicaba en lo que ahora es Sudán. Piankhi se concebía como el auténtico gobernante de Egipto, así como el legítimo heredero de las tradiciones religiosas practicadas por faraones como Ramsés II y Tutmosis III. Hubo quienes no tomaron en serio los alardes de Piankhi, quien probablemente en realidad nunca visitó el Bajo Egipto. Pero él presenció directamente el avasallamiento del decadente Egipto: “Dejaré que el Bajo Egipto pruebe el sabor de mis dedos”, escribió más tarde.


Sus soldados bogaron al norte del río Nilo. Desembarcaron en Tebas, capital del Alto Egipto. Puesto que se creía que las guerras religiosas debían librarse de una manera apropiada, Pankhi ordenó a sus soldados que, antes de cualquier combate, se purificaran mediante una inmersión en el Nilo, vistieran lino de la mejor calidad y salpicaran sus cuerpos con el agua proveniente del templo en Karnak, lugar sagrado del dios solar Amón, a quien consideraba su deidad personal. Piankhi lo honró con ofrendas y sacrificios. Luego de consagrarse, el caudillo y sus hombres hicieron la guerra a cualquier legión que encontraron a su paso.


Al término de un largo año en campaña, todos los líderes en Egipto habían capitulado, incluyendo al poderoso tirano del delta, Tefnakht, quien envió a Piankhi un emisario para decirle: “¡Sé misericordioso!, que soy incapaz de ver tu rostro en los días de deshonra; no puedo erguirme ante tu fulgor, porque temo tu grandeza”. A cambio de sus vidas, los vencidos pidieron con vehemencia a Piankhi que utilizara sus templos, se quedara con sus más finas joyas y reclamara sus mejores caballos. Piankhi aceptó los ofrecimientos. En aquel momento, cuando sus siervos se estremecían ante él, el recién impuesto Señor de dos Reinos hizo algo extraordinario: embarcó a su ejército y su botín de guerra, zarpó rumbo al sur, hacia su tierra, Nubia, para nunca regresar a Egipto.


Tras un reinado de 35 años, Piankhi murió en 715 a. C.; sus súbditos honraron sus deseos al enterrarlo, con cuatro de sus caballos, en una pirámide similar a las egipcias. Fue el primer faraón que, después de 500 años, recibó un entierro de tal magnitud. Es una lástima que el gran nubio que consumó estas proezas no haya dejado, literalmente, un rostro para la historia. Las imágenes de Piankhi sobre las elaboradas estelas o losas de granito, que conmemoran su conquista en Egipto, ya hace tiempo que fueron destrozadas. Sobre un relieve en el templo de Napata, en la capital nubia, únicamente permanecen sus piernas. Sólo queda un particular detalle del hombre: su piel era negra.


Piankhi fue el primero de los llamados faraones negros, una sucesión de reyes nubios que reinaron en Egipto por tres cuartos de siglo, durante la dinastía 25. Los faraones negros reunificaron a un Egipto desgarrado, colmaron su paisaje de gloriosos monumentos, construyeron un extendido imperio desde la frontera sur hasta lo que hoy es Jartum, en la ruta septentrional hacia el Mediterráneo. Se mantuvieron firmes ante los sanguinarios asirios, y probablemente esto contribuyó a mantener a salvo Jerusalén.


Aquellos episodios históricos permanecieron inéditos durante largo tiempo. No fue sino hasta estos cuatro decenios recientes cuando algunos arqueólogos los han revivido, concediendo que los faraones negros no surgieron de la nada: proceden de una vigorosa civilización africana que, a lo largo de 2 500 años, medró en las riberas meridionales del Nilo y se remonta incluso hasta la primera dinastía egipcia.


Hoy en día las pirámides de Sudán son espectáculos inquietantes sobre el Desierto de Nubia. Se puede deambular a su alrededor sin verse asediado por los vendedores. Mientras que, cerca de 1 000 kilómetros al norte, hacia El Cairo o Luxor, los visitantes llegan en grandes cantidades para observar las maravillas egipcias, en Sudán raramente visitan las pirámides en El Kurru, Nuri y Meroe, serenas entre el paisaje árido que difícilmente indica que ahí hubo una próspera cultura de la antigua Nubia.


En la actualidad, la falta de claridad amenaza nuestro conocimiento sobre esta civilización. El gobierno de Sudán está construyendo un dique hidroeléctrico a lo largo del Nilo, 1 000 kilómetros río arriba, que parte de la gran presa de Asuán, edificada por Egipto en la década de los sesenta, lo que hace que gran parte de la baja Nubia se haya enviado hasta el fondo del lago Nasser. Para 2009 concluirá la construcción de la enorme presa Merowe, y un lago de 170 kilómetros de largo anegará el terreno que bordea la Cuarta Catarata del Nilo, o los rápidos, que incluyen miles de sitios sin explorar. A lo largo de los nueve años previos, los arqueólogos se han agolpado en esta región cavando frenéticamente, antes de que los monumentos históricos de Nubia se hundan.


el mundo antiguo era ajeno al racismo. Durante la conquista histórica de Piankhi, el hecho de que su piel fuese negra careció de importancia. Los trabajos artísticos provenientes de Egipto, Grecia y Roma muestran, en las tonalidades de piel, un inequívoco conocimiento de las peculiaridades raciales, pero hay poca evidencia de que una piel oscura fuera considerada como un signo de inferioridad. No fue sino hasta el siglo xix, en la época en que las potencias europeas colonizaron África, cuando los eruditos de Occidente pusieron atención –con sus poco piadosas consecuencias– al color de piel de los nubios.


Los exploradores que llegaron al estrecho central del río Nilo reportaron el hallazgo de templos y pirámides: las ruinas de la antigua civilización llamada kush. Tal fue el caso del doctor italiano Giuseppe Ferlini, quien removió la parte superior de al menos una pirámide, lo que inspiró a otros a hacer lo mismo. El objetivo del arqueólogo prusiano Richard Lepsius era el estudio, pero al concluir que los kushitas seguramente “pertenecían a una raza blanca”, sólo causó más daño.


Incluso, George Reisner, el afamado egiptólogo de la Universidad de Harvard cuyos descubrimientos entre 1916 y 1919 presentaron la primera evidencia arqueológica de los reyes nubios que gobernaron Egipto, contaminó sus propias investigaciones, al insistir en que los negros africanos no pudieron haber edificado aquellos monumentos excavados por él. Aseguraba que los líderes nubios, incluido Piankhi, eran egipto-libios de piel blanca que se impusieron a los africanos primitivos.


Por decenios muchos historiadores han vacilado respecto a los nubios: ya sea que en realidad los faraones kushitas hayan sido “blancos” o negros, su civilización desciende de una auténtica cultura egipcia. En su historia de 1942, Cuando Egipto gobernaba el oriente, los muy respetados egiptólogos Keith Seele y George Steindorff resumieron la dinastía nubia faraónica y los triunfos de Piankhi en apenas tres enunciados, el último de los cuales sentenciaba: “Mas su dominio no duró por tanto tiempo”.


La incuria que padeció la historia de Nubia no sólo reflejó la intolerante visión del mundo de esa época, sino también dio origen a una seudofascinación por las proezas egipcias y a un total desconocimiento del pasado de África. “La primera vez que fui a Sudán –recuerda el arqueólogo suizo Charles Bonnet– la gente me decía: ¡Estás loco!, allá no hay historia, todo está en Egipto”.


Eso sucedió hace apenas 44 años. En 1960, cuando subieron las aguas en Asuán, los objetos hallados durante las campañas de rescate empezaron a cambiar esa visión. En 2003, después de decenios de haber excavado cerca de la Tercera Catarata del Nilo, en el poblado abandonado de Kerma, Charles Bonnet obtuvo reconocimiento internacional por el descubrimiento de siete grandes estatuas de piedra de los faraones nubios. No obstante, tiempo antes de este hallazgo, las investigaciones de Bonnet habían revelado un antiguo y pequeño centro urbano, que dominaba vastos campos y extensos ganados, y que se beneficiaba del intercambio de oro, ébano y marfil. “Era un reino totalmente emancipado de Egipto, y original en cuanto a su edificación y ritos funerarios”, menciona Bonnet. Esta poderosa dinastía surgió justamente durante la caída del Imperio Medio de Egipto, en 1785 a. C. Para el año 1500 a. C., el imperio nubio se extendió entre la Segunda y la Quinta cataratas.


Al estudiar de nuevo la época de oro en el desierto africano no se aporta mucho a la posición de los egiptólogos afrocentristas, quienes sostienen que todos los antiguos egipcios, del rey Tut hasta Cleopatra, eran negros africanos. Sin embargo, las epopeyas de los nubios confirman que, en tiempos pasados, una civilización de la remota África no sólo prosperó, sino que dominó, aunque brevemente, entremezclándose o casándose con sus vecinos del norte, los egipcios. A los gobernantes egipcios no les gustaba tener un vecino poderoso al sur, especialmente porque dependían de las minas de oro de Nubia para financiar su predominio en Asia occidental. De tal manera que los faraones de la dinastía 18 (1539-1292 a. C.) enviaron legiones para conquistar Nubia y erigir fuertes a lo largo del Nilo. Impusieron a los jefes nubios como administradores, y a los niños de los nubios privilegiados los educaron en Tebas.


Subyugada, la elite nubia comenzó a adoptar la cultura y las costumbres religiosas de Egipto, venerando a sus dioses, valiéndose de su idioma, adoptando sus ritos funerarios, para, después, construir pirámides. Podría decirse que los nubios fueron los primeros en caer en la “egiptomanía”.


Los egiptólogos de finales del siglo xix y principios del xx interpretaron esto como un signo de debilidad, pero se equivocaron: los nubios tuvieron un don, el de discernir la situación geopolítica del momento. Para el siglo viii a. C., Egipto fue dividido por bandos: el norte, liderado por los jefes libios, quienes se revistieron de tradiciones faraónicas para ganar legitimidad. Una vez en el poder, moderaron la devoción teocrática hacia Amón, y los sacerdotes en Karnak temían que, como resultado, la población fuese atea. ¿Quién podría devolver a Egipto a su antigua condición de poderío y santidad?


Los sacerdotes egipcios dirigieron sus miradas hacia el sur, y encontraron la respuesta: una población que, sin siquiera poner un pie en Egipto, preservó sus tradiciones espirituales. Como expresa Timothy Kendall, arqueólogo de la Universidad de Northeastern, los nubios “fueron más católicos que el papa”.


BAJO EL DOMINIO NUBIO Egipto llegó a ser, nuevamente, Egipto. Cuando Piankhi murió, en 715 a. C., su hermano, Shabaka, consolidó la dinastía 25 al establecer su residencia en la capital egipcia de Menfis. De la misma manera que su hermano, Shabaka contrajo matrimonio como en las antiguas tradiciones faraónicas, asumiendo el trono con el nombre del soberano de la dinastía 6, Pepi II, tal y como Piankhi reclamó el trono con el antiguo nombre de Tutmosis III.


Con obras arquitectónicas, Shabaka colmó de lujos a Tebas y el templo de Luxor. En Karnak levantó una estatua de granito rosa retratándose con la doble corona kushite uraeus: las dos cobras denotan su legitimidad como Señor de los Dos Reinos. Mediante la arquitectura y el poderío militar, Shabaka le manifestó a Egipto que los nubios estaban ahí para quedarse.


Hacia el este, los asirios construían aceleradamente su propio imperio. En 701 a. C., cuando avanzaban hacia Judea –hoy en día Israel–, los nubios decidieron atacar. Los dos ejércitos se encontraron en la ciudad de Eltekeh. A pesar de que el emperador asirio Sennacherib se jactó de que “les infligió la destrucción a los nubios”, un joven príncipe nubio, quizá de 20 años, hijo del gran faraón Piankhi, logró sobrevivir. El que los asirios fallaran en su intento por ejecutar al príncipe, sugiere que su victoria fue todo menos total.


En todo caso, cuando los asirios partían de sus tierras y se congregaban a las puertas de Jerusalén, el líder sitiado, Ezequías, confiaba en que los aliados de los egipcios llegarían a salvarlo. Burlonamente, los asirios dieron una respuesta inmortalizada en el Antiguo Testamento (Reyes II): “Tú cuentas con la ayuda de esa caña rota que es Egipto, que rompe y traspasa la mano de todo el que se apoya en ella. Así se porta el Faraón con los que confían en él”.

Entonces, según las Escrituras y otras crónicas, ocurrió un milagro: los asirios se replegaron. ¿Acaso una plaga los azotó? O, como plantea el provocador libro de Henry Aubin, El rescate de Jerusalén, ¿quizá fueron las alarmantes noticias de que el príncipe nubio avanzaba sobre Jerusalén? Lo que se sabe con certeza es que Sennacherib abandonó el lugar y, a galope, deshonrado, volvió a su reino, donde, al parecer a manos de sus hijos, fue asesinado 18 años después.


Ha sido fácil pasar por alto entre estos cruciales acontecimientos históricos, al margen de este panorama, al personaje de piel negra, el sobreviviente de Eltekeh, el implacable príncipe que para los asirios sería “aquel que fue condenado por los dioses”: Taharqa, hijo de Piankhi.


TAN ARROLLADORA fue la influencia de Taharqa sobre Egipto, que incluso sus enemigos fueron incapaces de borrar su huella; levantó monumentos por todo Egipto: estatuas, cartelas o bustos, que ostentan su nombre o su imagen, muchos de los cuales, en la actualidad, están en los museos alrededor del mundo. Se le representa como un suplicante de los dioses o ante la presencia protectora de Amón, la deidad carnero; él mismo como esfinge, o bien como guerrero. Muchas de las estatuas fueron mutiladas por sus adversarios. En varias, su nariz está desprendida, lo cual impide que regrese de la muerte. En otras, el uraeus de su frente también está destrozado, en repudio de su título como Señor de los Dos Reinos.



Su padre, Piankhi, devolvió a Egipto las auténticas costumbres faraónicas. Su tío, Shabaka, estableció la presencia nubia en Menfis y Tebas. Sin embargo, sus ambiciones palidecieron ante aquel jefe de 31 años de edad que fue coronado en Menfis en el año 690 a. C., y que condujo los imperios unidos de Egipto y Nubia por los siguientes 26 años.


Taharqa ascendió en un buen momento para la dinastía 25. Los jefes del delta fueron abatidos. Los asirios, al fallar en su intento para derrotarlo en Jerusalén, no querían compartir autoridad ni tierras con el gobernante nubio. Egipto era sólo de él y para él. Los dioses le aseguraron prosperidad, sin conflictos militares. En su sexto año en el trono, las aguas en el Nilo crecieron a causa de las lluvias, provocaron inundaciones en los valles y produjeron asombrosas cosechas de grano sin afectar ninguna aldea. Como Taharqa dejaría inscrito en sus cuatro estelas conmemorativas, las inundaciones incluso exterminaron a todas las ratas y serpientes. Era evidente que el venerado Amón sonreía a su elegido.



Taharqa no se propuso ahorrar recursos, sino, más bien, gastarlos en su capital político. Así, emprendió la más audaz campaña para el fomento de cualquier faraón desde el Nuevo Imperio (hacia 1500 a. C.), cuando Egipto estaba en un periodo de expansión. Inevitablemente, las dos capitales sagradas de Tebas y Napata atrajeron la mayor parte de los fondos de Taharqa. Hoy en día, se yergue, entre el conjunto sagrado de templos en Karnak, cerca de Tebas, una solitaria columna de 19 m de altura. Ese pilar era uno de los 10 que conformaban un enorme quiosco que el (Viene de la p. 41) faraón nubio agregó al templo de Amón. Construyó asimismo un sinnúmero de capillas, que circundaban el templo, y erigió una gran cantidad de estatuas de sí mismo y de su madre, Abar. Sin siquiera dañar un solo monumento anterior a su época, Taharqa hizo suya a Tebas.



Realizó lo mismo a cientos de kilómetros río arriba, en la ciudad nubia de Napata. Su montaña sagrada, Jebel Barkal, cautivó incluso a los faraones egipcios del Nuevo Imperio, quienes creían que era el lugar donde nació Amón. En busca de representarse a sí mismo como heredero del Nuevo Imperio egipcio, Taharqa levantó, en honor de las diosas consortes de Amón, dos templos en la base de la montaña. Sobre la cumbre de Jebel Bakal, parcialmente cubierta con una hoja de oro para impresionar a los creyentes, el faraón negro mandó inscribir su nombre.
Aproximadamente a los 15 años de su mandato, entre la grandiosidad de su imperio constructivo, tal vez una pizca de arrogancia sobrecogía al gobernante nubio. “Taharqa tenía una sólida armada y representaba uno de los mayores poderes internacionales de su época –comenta Charles Bonnet–. Se concebía como el rey del mundo. Se hizo un tanto megalómano”.



A lo largo de la costa del Líbano, los mercaderes madereros nutrían las necesidades arquitectónicas de Taharqa con un continuo abastecimiento de enebro y cedro. Cuando el rey asirio Esarhaddon controló la ruta comercial, Taharqa envió tropas al sur del Levante para respaldar una revuelta contra el asirio. En el año 674 a. C., Esarhaddon anuló la jugada, internándose en Egipto; no obstante, las legiones de Taharqa repelieron a sus adversarios.



Claramente la victoria ensalzó al líder nubio. Los grupos rebeldes a lo largo del Mediterráneo compartieron sus veleidades y, en calidad de aliados, se unieron contra Esarhaddon. En 671 a. C., los asirios partieron con sus camellos, adentrándose en el desierto del Sinaí, para sofocar la rebelión. El éxito fue inmediato, entonces Esarhaddon era quien rebosaba con ansias de sangre. Enfiló sus legiones hacia el delta del Nilo.



Taharqa y sus legiones se alistaron para el combate contra los asirios; lucharon durante 15 días. Pero los nubios fueron replegados hasta Menfis, de donde, herido en cinco ocasiones, Taharqa logró escapar. Siguiendo la costumbre característica de los asirios, Esarhaddon mandó sacrificar a los lugareños y “hacer pilas con sus cabezas”. Más tarde los asirios escribieron: “Su reina, su harén, Ushankhuru su heredero, y el resto de sus hijos e hijas, sus fincas, sus dioses, sus caballos, sus ganados, sus carneros, una y otra vez, los llevaremos a Asiria. Arranqué de tajo la raíz kush en Egipto”. Para conmemorar la humillación de Taharqa, Esarhaddon encargó una estela, exponiendo a Ushankhuru, hijo de aquel, arrodillado ante los asirios con una cuerda alrededor del cuello.



Casualmente, Taharqa sobrevivió al conquistador. En el 669 Esarhaddon murió camino a Egipto, después de enterarse de que Taharqa se las arregló para volver a tomar Menfis. Bajo las órdenes de un nuevo rey, los asirios atacaron nuevamente la ciudad, esta vez con una legión engrosada por tropas de rebeldes capturados. Taharqa, sin posibilidades de éxito, partió hacia el sur, a Napata, para nunca regresar a Egipto.



Lo que define la importancia de Taharqa en Nubia es su permanencia en el poder luego de haber sido expulsado de Menfis en dos ocasiones. Cómo vivió sus últimos años es un misterio, con la gran excepción de un decisivo e innovador hecho. Como su padre, Piankhi, Taharqa eligió ser enterrado en una pirámide. Escogió un lugar en Nuri, en la ribera opuesta del Nilo. Timothy Kendall ha especulado al respecto: probablemente, Taharqa eligió esta ubicación porque, desde Jebel Barkal, su pirámide se alinea precisamente con el alba del antiguo Año Nuevo de Egipto, vinculándolo eternamente con el concepto egipcio de la reencarnación.



Pero la razón por la cual Taharqa escogiera este lugar quedará, como la historia de su población, en la oscuridad.

¿QUE PIENSAN LOS ANIMALES?

Lo que piensan los animales



Escrito por: Jennifer S. Holland

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Foto de Vincent J. Musi


Uek Cuervo de Nueva Caledonia


Resuelve problemas y crea y usa herramientas, habilidades cognitivas que previamente se creía que eran exclusivas de los primates.

Universidad de Oxford, Oxford, Reino Unido

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Foto de Vincent J. Musi


Shanthi Elefante asiático


Retiene recuerdos a largo plazo y lazos sociales; posee sentido del yo.
Zoológico Nacional, Washington, DC


¿Qué ve un elefante cuando mira el espejo? A sí mismo, al parecer –una habilidad mental que sólo se sabía que existía en seres humanos, monos y delfines–. En estudios con espejos, los elefantes asiáticos primero exploran el espejo como un objeto, pero quizás al hacerlo se percaten de que se ven a sí mismos. Se mueven de manera atípica y tocan repetidas veces una marca pintada en su cabeza que no verían sin el espejo. “Estas son indicaciones muy convincentes de conciencia de sí mismo”, dice Diana Reiss, de la Universidad Hunter.


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Foto de Vincent J. Musi


Azy Orangután


Muestra complejidad cognitiva y adaptabilidad que rivalizan con las de los chimpancés; en estado salvaje, la especie mantiene tradiciones culturales.

Great Ape Trust de Iowa, Des Moines


Azy posee un intelecto complejo –dice Rob Shumaker de su sujeto de estudio, y amigo de 25 años–. Los orangutanes tienen la misma capacidad cognitiva que los grandes monos africanos, o incluso los superan en algunas tareas”. Azy no sólo comunica sus pensamientos con símbolos abstractos en el teclado, sino que también demuestra una “teoría mental” (entendimiento de la perspectiva de otro individuo) y hace elecciones lógicas y pensadas que muestran una flexibilidad mental de la cual algunos chimpancés carecen. En su estado natural, los orangutanes mantienen tradiciones culturales innovadoras: algunos grupos elaboran herramientas para hurgar a fin de extraer insectos de los agujeros en los árboles; otros usan hojas como paraguas o como servilletas, las amontonan a manera de almohadas o se cubren las manos con ellas cuando trepan por un árbol espinoso. Además, en raras circunstancias, los orangutanes tuercen hojas, las lían y las arrullan como si fueran muñecas.


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Foto de Vincent J. Musi


Astatotilapia burtoni


Determina el rango social por medio de la observación, un eslabón en el proceso de desarrollo del razonamiento lógico.

Universidad de Stanford, Stanford, CA


En ciertos peces Astatotilapia burtoni, los machos ven a otros pelear para juzgar su potencial para competir. Los machos subordinados pueden adoptar colores femeninos para consumir a escondidas el alimento de otro. “Hacen todo esto a las ocho semanas de edad, con un cerebro del tamaño de un chícharo pequeño”, dice Russell Fernald, quien estudia la manera en que las situaciones alteran las células cerebrales de los peces.


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Foto de Vincent J. Musi


Alex Loro gris africano


Contaba; conocía colores, formas y tamaños; tenía un dominio básico del concepto abstracto de cero.

Universidad de Brandeis, Waltham, MA

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Foto de Vincent J. Musi


Edward Oveja Leicester de lana larga


Las ovejas reconocen rostros individuales y los recuerdan a largo plazo.
Hopping Acres Farm, Bruceton Mills, WV


Dígales a las ovejas que todas se parecen y quizá deseen ser diferentes. Al igual que los primates, las ovejas, en estudios, reconocen diferentes caras (alrededor de otras 50 ovejas y 10 seres humanos) y aún las distinguen dos años más tarde. Las caras familiares las tranquilizan y pueden reconocer expresiones tanto contentas como enojadas (prefieren las primeras). Estas son habilidades sofisticadas en un animal que en general no se distingue por su intelecto, dice Keith Kendrick, del Instituto Babraham.


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Foto de Vincent J. Musi


Arístides Lémur de cola anillada


Despliega habilidades que ofrecen información sobre los precursores evolutivos de las secuencias de recuento y de ordenamiento.


Centro de Lémures de la Universidad de Duke, Dirham, NC


Aun cuando los lémures de cola anillada o makis son más primitivos que otros primates, tienen impresionantes habilidades numéricas. Elizabeth Brannon, de la Universidad de Duke, informa que los animales repiten secuencias arbitrarias con la nariz en una pantalla táctil y pueden discriminar entre cantidades. “Hacen cientos de intentos”, dice, mejorando continuamente conforme “aprenden a aprender”.

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Foto de Vincent J. Musi


Betsy Perra collie de la frontera


Retiene un vocabulario en aumento constante que rivaliza con el de un niño que empieza a andar.

Viena, Austria


¿Qué tanto pensamiento hay tras esos ojos? Mucho, en este caso. Betsy, de seis años de edad, puede asociar nombres a objetos específicos más rápido que un gran mono; su vocabulario es de 340 palabras y sigue en aumento. Su intelecto quedó de manifiesto desde muy joven: a las 10 semanas podía sentarse cuando se le pedía que lo hiciera, y pronto aprendió nombres de objetos y se apresuraba a ir por ellos –pelota, cuerda, papel, caja, llaves y docenas más–. Ahora relaciona por lo menos a 15 personas con su nombre real, y en pruebas científicas se ha probado que tiene habilidad para asociar fotografías con los objetos que representan. Dice su propietaria: “Ella es un ser humano con figura de perro. Estamos aprendiendo su lenguaje, y ella está aprendiendo el nuestro”.

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Foto de Vincent J. Musi


JB Pulpo gigante de Pacífico


Tiene una personalidad bien definida, usa herramientas, reconoce a individuos.

Acuario Nacional de Baltimore, MD


Con un cerebro relativamente grande y brazos diestros, se sabe que los pulpos bloquean sus guaridas con rocas y se entretienen disparando agua a blancos de botellas plásticas y al personal de laboratorio (la primera conducta de juego reportada en un invertebrado). Incluso pueden expresar emociones básicas al cambiar de color, dice Roland Anderson, del Acuario de Seattle.


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Foto de Vincent J. Musi


Kanzi Bonobo


Adquirió el lenguaje de manera espontánea; hace herramientas del nivel de los primeros seres humanos.

Great Ape Trust de Iowa, Des Moines


El joven Kanzi empezó a aprender el lenguaje por sí solo, al observar a los científicos que intentaban entrenar a su madre. A los 27 años de edad, el bonobo “habla” usando más de 360 símbolos del teclado y entiende miles de palabras habladas. Forma oraciones, sigue instrucciones nuevas, y elabora herramientas de piedra –modifica su técnica dependiendo de la dureza–. Incluso toca el piano (alguna vez tocó con Peter Gabriel). Haga a los seres humanos vivir durante 15 generaciones cono bonobos, dice William Fields de Great Ape Trust, y los “bonobos se harían menos bonobos y las personas, menos humanas. En realidad no somos tan diferentes”. Un ejemplo perfecto de esto es que Fields ahora analiza las vocalizaciones de Kanzi: “Creemos que quizá esté diciendo palabras en inglés, simplemente demasiado rápido y con un tono demasiado agudo como para descifrarlas”.


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Foto de Vincent J. Musi


Momo Tití común


Aprende de otros y los imita.

Universidad de Viena, Austria


Los titíes comunes pueden imitar las acciones de otros, una de las formas más complejas de aprendizaje (incluso tienen un sentido de “permanencia de objeto”, saben que algo fuera de su vista aún existe). Pero, dice Friederike Range, de la Universidad de Viena, los lapsos breves de atención de los primates tal vez evitan que desarrollen conductas más complejas.

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Foto de Vincent J. Musi


Psychobird Urraca azuleja


Recuerda el pasado, planea para el futuro.

Universidad de Cambridge, Cambridge, Reino Unido


No permita que el cerebro del tamaño de una nuez lo engañe. Las urracas azulejas hacen algo de razonamiento real, dice Nicky Clayton, profesora de la Universidad de Cambridge. Cambian de lugar la comida que han escondido si otra urraca las ve ocultarla, recordando cuando ellas mismas fueron ladronas. Clayton dice que las urracas también basan las reservas de alimento en el hambre futura, independientemente de las necesidades actuales.

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Foto de Vincent J. Musi


Maya Delfín tursión o tonina


Destaca en la comunicación y la conducta imitativa.

Acuario Nacional en Baltimore, MD


Imitadores con recuerdos a largo plazo, una fuerte comprensión del vocabulario y la sintaxis, y una vena creativa, los delfines son flexibles cognitiva y conductualmente. “Tienen un cerebro con conocimiento general amplio y habilidades en varias áreas, como nosotros. Manipulan su mundo para hacer posibles las cosas, dice Louis Herman, de la Universidad de Hawai.

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Foto de Vincent J. Musi


Las abejas han sorprendido a los científicos desde hace tiempo con sus comportamientos sociales (bailando las direcciones hacia una fuente alimenticia, trabajando en tándem con miles de compañeros de colmena, con trabajos especializados dentro y fuera de la colmena). También impresionantes son sus complejas memorias: las abejas pueden aprender y memorizar rutas locales, puntos de referencia y cuándo florecen diferentes flores –lo que les permite visitar el mismo sitio al mismo tiempo el siguiente día, mejorando su eficiencia de búsqueda.

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Foto de Vincent J. Musi


Esta pequeña cara está al frente de un pequeño cerebro –pero uno que hace grandes e impresionantes cosas. Los perros de la pradera Gunnison, los cuales viven en colonias en el sudoeste americano, son una de las principales presas de zorros, coyotes, halcones, gatos, serpientes, águilas y hurones. Con Slobodchikoff, de la Universidad del Norte de Arizona, ha demostrado que los perros de la pradera han evolucionado tanto llamadas de alarma como conductas de escape específicas a cada depredador. Esas llamadas incluso contienen información descriptiva acerca del tamaño, color y velocidad del depredador, lo que les da a otros miembros de la colonia una poderosa imagen del enemigo antes de que ataque.

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Foto de Vincent J. Musi


Parecen revolotear de flor en flor, pero los murciélagos que se alimentan de néctar son mucho más pensativos de lo que parecen. Estudios de Glossophaga soricina revelan que los murciélagos recuerdan las ubicaciones de sitios donde la comida está agotada, memorizando hasta 40 sitios previamente visitados –lo cual les ayuda a decidir dónde buscar alimentación.

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Foto de Vincent J. Musi


No se apresure en chillar de repulsión: las ratas son sorprendentemente inteligentes y, actualmente, son bastante parecidas a nosotros. Se ríen cuando les hacen cosquillas, son sociables, aprecian (y hasta anticipan) el sexo. También conocen sus propios límites intelectuales, llamados metacognición: característica que se pensaba sólo los simios tenían. En exámenes auditivos en los cuales las ratas eran premiadas por sus respuestas correctas, no se les daba nada por sus respuestas incorrectas, y se les daba un pequeño premio por admitir “No sé”, optaron por los premios seguros (aunque magros) de “No sé” cuando carecían de confianza en su juicio. Nada mal para mugrientas alimañas callejeras.

MENTES AUTÓNOMAS, EL PRINCIPE CARLOS Y MANUEL EL DE LOS MACHANGOS

Mentes autónomas



Escrito por: Virginia Morell

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Foto de Vincent J. Musi

Los animales son más inteligentes de lo que usted cree.


En 1977, Irene Pepperberg, recién graduada de la Universidad de Harvard, hizo algo muy atrevido. En una época en que los animales eran considerados autómatas, se propuso hablarle a una criatura para averiguar lo que había en su mente. Llevó a su laboratorio un loro gris africano de un año, al que llamó Alex, para enseñarle a reproducir los sonidos de la lengua inglesa. “Creí que, si aprendía a comunicarse, podría hacerle preguntas acerca de su manera de ver el mundo”.


Cuando Pepperberg empezó a enseñarle a hablar a Alex –que murió el pasado septiembre, a los 31 años de edad–, muchos científicos creían que los animales eran incapaces de tener algún pensamiento. Suponían que eran simplemente robots programados para reaccionar a estímulos, pero que carecían de la capacidad para pensar o sentir. Cualquier propietario de una mascota estaría en desacuerdo. Vemos el amor en los ojos de nuestros perros y sabemos que, por supuesto, tienen pensamientos y emociones. Sin embargo, esas afirmaciones aún son muy controvertidas. Es demasiado fácil proyectar los pensamientos y sentimientos humanos hacia otra criatura. ¿De qué manera, entonces, un científico comprueba que un animal es capaz de pensar, de adquirir información acerca del mundo y de actuar en consecuencia?


Ciertas habilidades se consideran indicadores importantes de la inteligencia avanzada: buena memoria, comprensión de la gramática y los símbolos, conciencia de sí mismo, entendimiento de los motivos de los otros, imitación de los demás y creatividad. Poco a poco, en ingeniosos experimentos, los investigadores han documentado estos indicadores en otras especies, deconstruyendo gradualmente lo que creíamos que hace distintos a los seres humanos y, al mismo tiempo, dejando entrever el lugar de donde provinieron nuestras propias habilidades. Las urracas de los matorrales saben que otras urracas son ladronas, y que la comida oculta se puede echar a perder; las ovejas pueden reconocer caras; los chimpancés usan diversas herramientas para hurgar en los montículos de termitas e, incluso, usan armas para cazar pequeños mamíferos; los delfines pueden imitar las posturas humanas; el pez arquero, que aturde a los insectos con un chorro repentino de agua, puede aprender a dirigir el chisguete simplemente con ver a un pez experimentado hacerlo, y Alex, el loro, resultó ser un conversador sorprendentemente bueno.


Treinta años después del inicio de los estudios de Alex, Pepperberg y un grupo cambiante de asistentes aún le daban lecciones de inglés. La investigadora lo compró en una tienda de mascotas, en Chicago. Permitió que el ayudante de la tienda lo escogiera, porque no quería que otros científicos dijeran que ella, de manera deliberada, había elegido a un ave especialmente inteligente para su trabajo. Dado que el cerebro de Alex era del tamaño de una nuez sin cáscara, la mayoría de los investigadores creyó que el estudio de comunicación entre especies de Pepperberg sería inútil. “Hubo incluso quienes me llamaron loca por intentarlo –dijo–. Los científicos creían que los chimpancés eran mejores sujetos de estudio, aunque, por supuesto, ellos no pueden hablar”.


Pepperberg fue hacia la parte trasera del cuarto, donde Alex se posó encima de su jaula arreglándose con el pico las plumas de color gris nacarado. Dejó de hacerlo y abrió el pico cuando ella se aproximó.


“Querer uva”, dijo Alex.



“Todavía no ha desayunado –explicó Pepperberg– de modo que está un poco irritable”.



Bajo la paciente tutela de Pepperberg, Alex aprendió a usar su tracto vocal para imitar casi 100 palabras en inglés, incluyendo los sonidos para todos estos alimentos, aunque él llamaba a una manzana una “platan-eza”.*



“Las manzanas le saben un poco a plátano, y se parecen un poco a las cerezas, de modo que Alex acuñó esa palabra para nombrarlas”, dijo Pepperberg. Alex podía contar hasta el seis y estaba aprendiendo los sonidos para el siete y el ocho.



“Estoy segura de que ya sabe ambos números –dijo Pepperberg–. Probablemente podrá contar hasta el 10, pero aún está aprendiendo a decir las palabras”.



Alex volvió a componerse las plumas. De vez en cuando, se inclinaba hacia delante y abría su pico: “Sssie… tto”. “Muy bien, Alex –dijo Pepperberg–. Siete. El número es siete”.



“¡Sssie… tto!”. “¡Sssie… tto!”.



“Está practicando –explicó ella–. Es así como aprende. Está pensando en cómo decir esa palabra, cómo usar su tracto vocal para emitir el sonido correcto”.



La idea de que un ave tomara lecciones para practicar, y que lo hiciera voluntariamente sonaba un poco loca pero, después de escuchar y observar a Alex, fue difícil disentir de la explicación de Pepperberg sobre sus conductas. Ella no lo premiaba con bocadillos por el trabajo repetitivo ni lo castigaba para lograr que emitiera los sonidos.



“Tiene que oír las palabras una y otra vez antes de que pueda imitarlas correctamente –dijo Pepperberg, luego de pronunciar “siete” para Alex al menos 12 veces seguidas–. No estoy tratando de ver si Alex puede aprender un idioma humano. Ese nunca ha sido el objetivo. Siempre he tenido el propósito de usar sus habilidades de imitación para obtener un mejor entendimiento de la cognición aviaria”.



En otras palabras, dado que Alex podía producir una aproximación cercana de los sonidos de algunas palabras en inglés, Pepperberg podía hacerle preguntas acerca del entendimiento básico del mundo por un ave. No podía preguntarle qué estaba pensando, pero sí sobre su conocimiento de números, formas y colores. Para demostrarlo, Pepperberg llevó a Alex a una percha alta de madera en medio del cuarto. Después tomó una llave y una pequeña taza de color verde. Sostuvo ambos artículos ante los ojos de Alex.



“¿Qué es igual?”, preguntó ella.



Sin titubear, el pico de Alex se abrió: “Co-lor”.



“¿Qué es diferente?”, preguntó Pepperberg.



“Forma”, dijo Alex. Dado que los loros carecen de labios, las palabras parecían provenir del aire, como si un ventrílocuo hablara. Con todo, las palabras –y lo que sólo pueden llamarse los pensamientos– eran suyos por completo.



Durante los 20 minutos siguientes, Alex superó sus pruebas, distinguiendo colores, formas, tamaños y materiales. Resolvió algunas operaciones aritméticas simples, como contar los cubos de juguetes amarillos entre una pila de cubos de varios colores. Y entonces, como para ofrecer una prueba final de la mente dentro de su cerebro de ave, Alex se manifestó. “¡Habla con claridad!”, ordenó cuando una de las aves más jóvenes a las cuales Pepperberg también les estaba enseñando pronunció mal la palabra “verde”. “¡Habla con claridad!”. “No te portes como un sabelotodo”, lo reprendió Pepperberg sacudiendo su cabeza frente a él. “Él sabe todo esto y se aburre, de modo que interrumpe a los otros o da la respuesta errónea con el único propósito de ser obstinado. En esta etapa, es como un hijo adolescente; es temperamental, y nunca estoy segura de lo que hará”.



Muchas de las habilidades cognitivas de Alex, como su capacidad para entender los conceptos de igual y diferente, en general sólo se atribuyen a mamíferos más avanzados desde el punto de vista evolutivo, en particular a los primates. Aun así, los loros, al igual que los grandes monos (y los seres humanos), viven largo tiempo e interactúan en sociedades complejas y, del mismo modo que los primates, estas aves deben hacer un seguimiento de la dinámica de relaciones y ambientes cambiantes.



“Necesitan ser capaces de distinguir los colores para saber cuándo una fruta está madura o no –señaló Pepperberg–. Necesitan clasificar las cosas, lo que es comestible, lo que no, y conocer las formas de los depredadores. Además, ayuda tener un concepto de los números si el ave necesita vigilar a su bandada, y saber quién está solo y quién ya tiene pareja. Un ave longeva no puede hacer todo esto por instinto; debe haber cognición involucrada”.



Ser mentalmente capaz de dividir el mundo en categorías abstractas simples parecería una habilidad valiosa para muchos organismos. ¿Es entonces esa habilidad parte del impulso evolutivo que dio por resultado la inteligencia humana?



Charles Darwin, quien intentó explicar cómo se desarrolló la inteligencia humana, extendió su teoría de la evolución al cerebro humano: al igual que el resto de nuestras funciones, la inteligencia debe haber evolucionado desde organismos más simples, puesto que todos los animales enfrentan los mismos desafíos generales de la vida. Necesitan encontrar pareja, alimento y un camino por los bosques, el mar o el cielo, tareas que –argumentó Darwin– requieren habilidades de resolución de problemas y de clasificación.



El enfoque darwiniano sobre la inteligencia animal se desechó a principios del siglo xx, cuando los investigadores determinaron que la información registrada al observar a los animales en su hábitat natural eran simplemente “anécdotas”, por lo general contaminadas por el antropomorfismo.


En un esfuerzo por ser más rigurosos, muchos abrazaron el conductismo, que consideraba a los animales criaturas sólo un poco más avanzadas que las máquinas, y enfocaron sus estudios en la rata blanca de laboratorio –porque una “máquina” se comportaría como cualquier otra–. No obstante, si los animales son simplemente máquinas, ¿cómo se puede explicar la aparición de la inteligencia humana? Sin la perspectiva evolutiva de Darwin, las habilidades cognitivas mayores de las personas no tendrían sentido desde el punto de vista biológico.


Lentamente, el péndulo se ha alejado del modelo de animales-máquina y lentamente ha regresado hacia Darwin. Toda una gama de estudios en animales ahora sugiere que los orígenes de la cognición son profundos, difundidos y muy adaptables.

La facilidad con la cual pueden evolucionar nuevas habilidades mentales quizá se ilustra mejor con los perros. Casi todos los propietarios les hablan a sus perros y esperan que los entiendan.


Sin embargo, la capacidad canina para entender no se apreció por completo sino hasta que en 2001 un collie de la frontera llamado RicoRico sabía los nombres de alrededor de 200 juguetes, y aprendía con facilidad los de nuevos juguetes.


Algunos investigadores del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en Leipzig, escucharon acerca de Rico e hicieron arreglos para reunirse con él y sus propietarios. Ese encuentro llevó a un informe científico que reveló la extraordinaria capacidad de lenguaje de Rico: podía aprender y recordar palabras con tanta rapidez como un niño que empieza a andar. Otros científicos habían demostrado que los niños de dos años de edad –que aprenden alrededor de 10 palabras nuevas al día– tienen un grupo innato de principios que guían esta tarea. La capacidad se observa como uno de los bloques de construcción clave en la adquisición del lenguaje.


Los científicos del Instituto Max Planck sospechan que los mismos principios guían el aprendizaje de palabras de Rico y que la técnica que usa para aprenderlas es idéntica a la que emplean los seres humanos.
Para encontrar otros ejemplos, los científicos leyeron cientos de cartas de personas que afirmaban que sus perros tenían el talento de Rico. En realidad, sólo dos –ambos collies de la frontera– exhibieron habilidades comparables. Uno de ellos –los investigadores la llaman Betsy– tiene un vocabulario de más de 300 palabras.
apareció en un programa de juegos de la televisión alemana.



“Incluso nuestros parientes más cercanos, los grandes monos, no pueden hacer lo mismo que Betsy: escuchar una palabra sólo una o dos veces, y saber que el patrón acústico significa algo”, dijo Juliane Kaminski, una psicóloga cognitiva que trabajó con Rico y ahora estudia a Betsy. Ella y su colega, Sebastian Tempelmann, habían ido a la casa de Betsy en Viena para aplicarle una nueva serie de pruebas.



“La comprensión de formas de comunicación humanas por parte de los perros es algo nuevo que ha evolucionado –dijo Kaminski–, algo que se desarrolló en ellos debido a su larga relación con los seres humanos”. Los científicos creen que los perros fueron domesticados hace unos 15 000 años, un tiempo relativamente breve para la evolución de habilidades de lenguaje. Pero, ¿qué tan similares son estas habilidades a las de los seres humanos? Para el pensamiento abstracto, los seres humanos emplean símbolos y dejan que una cosa represente otra. Kaminski y Tempelmann efectuaron algunas pruebas para determinar si los perros también tienen la capacidad de hacerlo. La propietaria de Betsy –cuyo seudónimo es Schaefer– llamó a su mascota, quien obedientemente se echó a sus pies, con los ojos fijos en su rostro. Siempre que Schaefer le hablaba, Betsy inclinaba la cabeza de un lado hacia el otro con atención. Kaminski dio a Schaefer una serie de fotografías a color y le pidió que eligiera una. Cada imagen describía un juguete para perro contra un fondo blanco, juguetes que Betsy nunca antes había visto. No eran juguetes reales, sino sólo fotos de ellos. ¿Podría Betsy asociar una imagen bidimensional con un objeto tridimensional?



Schaefer tomó una fotografía de un frisbee de colores e instó a Betsy a encontrarlo. Betsy estudió la fotografía y el rostro de Schaefer, después corrió a la cocina, donde el disco estaba colocado entre otros tres juguetes y fotografías de cada juguete. Cada vez, Betsy llevó el frisbee o la fotografía del mismo a Schaefer.



“No habría estado mal si ella hubiera llevado únicamente la fotografía –dijo Kaminski–. No obstante, creo que Betsy puede usar una fotografía, sin un nombre, para encontrar un objeto. De cualquier modo, se requerirán muchas más pruebas para demostrarlo”.



Aun así, Kaminski duda que otros científicos alguna vez acepten su descubrimiento, porque la habilidad abstracta de Betsy, tan insignificante como pueda parecernos, puede ser muy semejante al pensamiento humano. Con todo, persistimos como la especie inventiva. Ningún otro animal ha construido rascacielos, escrito sonetos o fabricado una computadora. De cualquier manera, los investigadores de animales dicen que la creatividad, al igual que otras formas de inteligencia, no surgió simplemente de la nada. También ha evolucionado.



“Las personas se sorprendieron al descubrir que los chimpancés elaboran herramientas”, dijo Alex Kacelnik, un ecólogo conductual de la Universidad de Oxford, al referirse a los palitos a los cuales los chimpancés dan formas específicas para sacar termitas de sus nidos. “Sin embargo, las personas también pensaron, ‘bueno, comparten nuestra ascendencia, por supuesto que son listos’. Ahora se están encontrando estas clases de conductas excepcionales en algunas especies de aves, pero el ser humano no ha compartido recientemente su ascendencia con las aves.


La historia evolutiva de ellas es muy diferente; el último ancestro común del ser humano con todas las aves fue un reptil que vivió hace más de 300 millones de años. ”Esto no es trivial –continuó Kacelnik–. Significa que la evolución puede inventar formas similares de inteligencia avanzada más de una vez, que eso no es algo reservado sólo para primates o mamíferos”.



Kacelnik y sus colegas estudian a una de estas especies inteligentes, el cuervo de Nueva Caledonia, que vive en los bosques de esa isla del Pacífico. Dicho cuervo figura entre las aves más hábiles que hacen y usan herramientas; forma sondas y ganchos con ramitas y tallos de hojas para hurgar en las copas de las palmeras, en donde se ocultan larvas gordas. Dado que estas aves, como los chimpancés, fabrican herramientas y las usan, los investigadores pueden buscar similitudes en los procesos evolutivos que conformaron sus cerebros.


Algo en el ambiente de ambas especies favoreció la evolución de poderes neurales para hacer herramientas. Pero ¿el uso de herramientas es rígido y limitado, o pueden ser animales inventivos? ¿Tienen lo que los investigadores llaman flexibilidad mental? Los chimpancés, por supuesto que sí. En estado salvaje, el chimpancé puede usar cuatro ramitas de diferentes tamaños para extraer la miel de una colmena. En cautiverio pueden resolver cómo colocar varias cajas para alcanzar un plátano que cuelga de una cuerda.


No fue fácil responder esa pregunta respecto a los cuervos de Nueva Caledonia, aves en extremo tímidas. Incluso después de años de observarlas en estado natural, los investigadores fueron incapaces de determinar si la habilidad de las aves era innata, o si aprendían a hacer y usar sus herramientas al verse una a otra. Si fue una habilidad heredada genéticamente, ¿podrían, como los chimpancés, usar su talento de maneras diferentes y creativas?



Para averiguarlo, Kacelnik y sus estudiantes llevaron 23 cuervos de diferentes edades (todos capturados en la naturaleza, salvo uno) a la pajarera en su laboratorio de Oxford, y les permitieron aparearse. Se criaron cuatro pollos en cautiverio, y se les mantuvo cuidadosamente lejos de los adultos, de modo que no tuvieron oportunidad de recibir enseñanza acerca de las herramientas. Aun así, poco después de que emplumaron, todos tomaron ramitas para sondear con afán en grietas y usaron diferentes materiales para hacer herramientas. “De modo que sabemos que al menos los principios del uso de herramientas son hereditarios –dijo Kacelnik–.


Y ahora la cuestión es, ¿qué más pueden hacer con las herramientas?” Mucho. En su oficina, Kacelnik reprodujo un video de una prueba que realizó con uno de los cuervos capturados en la naturaleza, Betty. En la película, el ave vuela hacia un cuarto e inmediatamente ve la prueba que está ante ella: un tubo de vidrio con una cesta pequeña alojada en su centro. El recipiente contiene un pedazo de carne. Los científicos habían colocado dos fragmentos de alambre en el cuarto. Uno estaba doblado en forma de gancho y el otro era recto. Supusieron que Betty elegiría el gancho para levantar la cesta por el asa.



Pero los experimentos no siempre terminan como se espera. Otro cuervo robó el gancho antes de que Betty pudiera encontrarlo. Betty no se inmuta. Mira la carne en la cesta, después, el fragmento recto de alambre. Lo toma con el pico, empuja un extremo hacia una grieta en el suelo y usa el pico para doblar el otro extremo y formar un gancho. Así, armada, alza el recipiente y lo saca del tubo. “Esta fue la primera vez que Betty vio un pedazo de alambre como este –dijo Kacelnik–. Aun así, sabía que podía usarlo para formar un gancho y exactamente dónde necesitaba doblarlo a fin de que el gancho cupiera en el tubo para tomar la carne”.



Aplicaron más pruebas a Betty, cada una de las cuales requería una solución diferente, como hacer un gancho con un fragmento plano de aluminio en lugar de un alambre. Cada vez, Betty inventó una nueva herramienta y resolvió el problema. “Eso significa que tuvo una representación mental de lo que quería hacer. Eso ahora –dijo Kacelnik– es un indicador de un tipo importante de sofisticación cognitiva”. Esta es la lección más grande de la investigación sobre cognición animal: nos enseña un poco de humildad. No estamos solos en nuestra capacidad para inventar o planear o para contemplarnos a nosotros mismos, o incluso para urdir y engañar.



Los actos de engaño requieren una forma complicada de pensamiento, porque es necesario tener la capacidad de atribuir intenciones a la otra persona y anticipar su conducta. Una escuela de pensamiento afirma que la inteligencia humana evolucionó en parte debido a las presiones de vivir en una sociedad compleja de seres calculadores. Los chimpancés, los orangutanes, los gorilas y los bonobos comparten esta capacidad con nosotros. Los primatólogos han visto a los monos en estado salvaje esconder alimento al macho alfa o tener sexo mientras no puede verlos.



Las aves también pueden timar. Estudios de laboratorio muestran que las urracas azulejas deducen las intenciones de otra ave y actúan en consecuencia. Una urraca que ha hurtado comida, por ejemplo, sabe que si otra la mira ocultar un fruto seco, hay probabilidades de que el fruto sea robado. De modo que la primera urraca regresará a cambiar de sitio el fruto cuando la otra se marche.



“Es parte de la evidencia disponible hasta ahora sobre la proyección de experiencia en otra especie –dijo Nicky Clayton en su laboratorio aviario en la Universidad de Cambridge–. Yo lo describiría como, ‘sé que sabes dónde oculté mi comida, y si yo estuviera en tu lugar la robaría, de modo que voy a cambiarla de lugar hacia uno del que tú no estés enterada’”.



Este estudio, efectuado por Clayton y Nathan Emery, es el primero en mostrar la clase de presiones ecológicas, como la necesidad de ocultar comida para consumo durante el invierno, que llevaría a la evolución de esas habilidades mentales. De manera más provocadora, su investigación demuestra que algunas aves poseen lo que suele considerarse otra habilidad exclusiva de los seres humanos: la capacidad para recordar un evento pasado específico. Por ejemplo, las urracas de los matorrales parecen saber cuánto tiempo antes ocultaron un tipo particular de alimento, y se las arreglan para recuperarlo antes de que se eche a perder.



Los psicólogos cognitivos de humanos llaman a este tipo de memoria “episódica” y afirman que sólo existe en una especie que pueda viajar mentalmente hacia atrás en el tiempo. A pesar de los estudios de Clayton, algunos se rehúsan a conceder esta capacidad a las urracas. “Los animales están atrapados en el tiempo”, explicó Sara Shettleworth, una psicóloga comparativa de la Universidad de Toronto, en Canadá, lo que significa que no distinguen entre el pasado, presente y futuro como los humanos. Dado que los animales carecen de lenguaje, dijo, probablemente tampoco cuentan con “las funciones mentales adicionales de imaginación y explicación” que proporcionan la narrativa mental continua que acompaña a nuestras acciones.


Ese escepticismo es un desafío para Clayton. “Tenemos pruebas científicas válidas de que las urracas recuerdan el qué, dónde y cuándo de eventos de ocultamiento específicos, que es la definición original de la memoria episódica. Sin embargo, ahora el marco de la portería se ha movido”. Esa es una queja frecuente entre los investigadores de animales. Siempre que encuentran en una especie una habilidad mental que evoca una habilidad exclusivamente humana, los científicos de la cognición humana cambian la definición. Empero, los investigadores de animales quizá subestiman su poder: son sus descubrimientos los que fuerzan al lado humano a apuntalar la división.



“A veces los psicólogos cognitivos de humanos se han obsesionado tanto con sus definiciones que olvidan lo extraordinarios que son estos descubrimientos en animales –dijo Clive Wynn, investigador de la Universidad de Florida, quien ha estudiado la cognición en palomas y marsupiales–. Estamos vislumbrando inteligencia en todo el reino animal, que es lo que deberíamos esperar. Es un arbusto, no un árbol de un solo tronco que sólo lleva hacia nosotros”.



A finales de los años sesenta, el psicólogo cognitivo Louis Herman empezó a investigar las habilidades cognitivas de los delfines tursiones o toninas. Al igual que los humanos, los delfines son muy sociales y cosmopolitas; viven en ambientes de subpolares a tropicales en todo el mundo; son muy vocales y tienen habilidades sensoriales especiales, como la ecolocalización. Para los años ochenta, los estudios cognitivos de Herman se enfocaron en un grupo de cuatro delfines jóvenes –Akeakamai, Phoenix, Hiapo y Elele– en el Laboratorio de Mamíferos Marinos de la Cuenca Kewalo en Hawai. Los delfines eran curiosos y juguetones, y transfirieron su sociabilidad a Herman y sus estudiantes.



“En nuestro trabajo con los delfines, tuvimos un principio rector –dice Herman–, que podríamos sacar a relucir todo el alcance y la capacidad de su inteligencia, del mismo modo que los educadores lo hacen con el potencial de un niño. Los delfines tienen cerebros grandes y muy complejos. Mi pensamiento fue: ‘bien, de modo que tienes este hermoso cerebro. Veamos qué es lo que puedes hacer con él’”.



Para comunicarse con los delfines, Herman y su equipo inventaron un lenguaje completo de señales con la mano y el brazo, con una gramática simple. Por ejemplo, un movimiento de arriba hacia abajo de los puños cerrados significaba “aro”, y alzar los brazos extendidos por arriba de la cabeza significaba “pelota”. Un ademán de “ven aquí” con un brazo les decía “traer”. En respuesta a la mención de las palabras “aro, pelota, traer”, Akeakamai empujaba la pelota hacia el aro; pero si el orden de la solicitud se cambiaba a “pelota, aro, traer”, acarreaba el aro hacia la pelota. Con el tiempo, ella podía interpretar solicitudes más complejas desde el punto de vista gramatical, como “derecha, canasta, izquierda, frisbee, dentro”, pidiéndole que pusiera el frisbee que estaba a su izquierda en la canasta que estaba a su derecha. Revertir “izquierda” y “derecha” en la instrucción revertía las acciones del delfín. Akeakamai podía completar esas solicitudes la primera vez que se le hacían, mostrando un profundo entendimiento de la gramática del lenguaje.



“Son una especie muy vocal –añade Herman–. Nuestros estudios mostraron que podían imitar sonidos arbitrarios que reprodujimos en su tanque, una capacidad que tal vez esté vinculada con su propia necesidad de comunicarse. No estoy diciendo que tengan un lenguaje de delfines, pero son capaces de entender las instrucciones nuevas que les transmitimos en un lenguaje creado para esta investigación; su cerebro tiene esa habilidad.



”Tenían la capacidad de hacer muchas cosas que las personas siempre habían puesto en duda. Por ejemplo, interpretaron correctamente, en la primera ocasión, instrucciones con gestos dadas por una persona que aparecía en una pantalla de televisión detrás de una ventana bajo el agua. Reconocieron que las imágenes de televisión fueron representaciones del mundo real a las cuales podían responder de la misma manera que en el mundo real”.



También imitaron con facilidad el movimiento de sus instructores. Si un entrenador se inclinaba hacia atrás y levantaba una pierna, el delfín se ponía de espaldas y levantaba su cola en el aire. Aunque alguna vez se consideró a la imitación una habilidad simple, en años recientes los científicos cognitivos han revelado que es en extremo difícil; requiere que el imitador forme una imagen mental del cuerpo y la pose de la otra persona, y que después ajuste sus propias partes del cuerpo hacia la misma posición, acciones que suponen una conciencia de sí mismo.



“Aquí está Elele”, dice Herman, mostrando una película de ella respondiendo correctamente a las instrucciones dadas por una entrenadora. “Tabla de surf, aleta dorsal, tocar”. De manera instantánea, Elele nadó hacia la tabla, se inclinó hacia un lado, y suavemente colocó su aleta dorsal encima, una conducta no entrenada. La instructora extendió los brazos hacia delante, haciendo la señal “¡hurra!” y Elele saltó hacia el aire, emitiendo sonidos con deleite. “A Elele le gustaba acertar”, dijo Herman. “Además, amaba inventar cosas. Ideamos un signo para ‘crear’, que pedía a un delfín que creara su propia conducta”.



Los delfines en su hábitat natural a menudo sincronizan sus movimientos, como saltar y zambullirse uno junto a otro, pero los científicos desconocen qué señal usan para ejecutar movimientos coordinados con tanta precisión. Herman creyó que podría descifrar la señal con sus alumnos. En la película se pide a AkeakamaiPhoenix que creen un ejercicio y que lo hagan juntos. Los dos delfines se alejaron del lado de la piscina, nadaron en círculo juntos bajo el agua durante alrededor de 10 segundos, y después saltaron fuera del agua, girando en posición vertical en la dirección de las manecillas del reloj y expulsando agua por la boca; cada una de las maniobras estuvo totalmente sincronizada. “Nada de esto fue entrenado –dice Herman–, y nos parece absolutamente misterioso. No sabemos cómo lo hacen… o lo hicieron”.



Nunca lo sabrá. Akeakamai, Phoenix y los otros dos murieron hace cuatro años accidentalmente. Por medio de estos cuatro delfines, él logró algunos de los avances más extraordinarios alguna vez efectuados en la comprensión de la mente de otra especie, una especie que incluso Herman describe como “extraña”, dada su vida acuática y el hecho de que los delfines y los primates divergieron hace millones de años. “Esa clase de convergencia cognitiva sugiere que debe haber algunas influencias evolutivas similares que favorecen el intelecto –dijo Herman–. No compartimos sus características biológicas o ecológicas. Eso deja a las similitudes sociales –la necesidad de establecer relaciones y alianzas, superpuesta sobre un periodo prolongado de cuidado materno y longevidad– como la fuerza impulsora común probable.



”Amaba a nuestros delfines –dice Herman–, como estoy seguro de que usted ama a sus mascotas. Pero fue más que eso, más que el amor que se tiene por un animal de compañía. Los delfines fueron nuestros colegas. Esa es la palabra más atinada. Fueron nuestros socios en esta investigación, guiándonos hacia todas las capacidades de su mente. Cuando murieron, fue como perder a nuestros hijos”.



Herman sacó una fotografía de su archivo. En ella, está en la piscina con Phoenix, que apoya la cabeza sobre su hombro. Él está sonriendo y estirándose hacia atrás para abrazarla. Ella posee líneas elegantes y es de color plateado, con ojos atractivamente grandes y también parece estar sonriendo: su rostro tenía el aspecto amigable que siempre tienen los delfines. Es una imagen de amor entre dos seres. En esa piscina, al menos durante ese momento, hubo claramente una unión de las mentes.



*En inglés, “ban-erry”.



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Lea el relato del fotógrafo, Vincent J. Musi, acerca de su experiencia con los animales.



FÍSICA Y QUÍMICA - IES LUCAS MARTÍN ESPINO DE ICOD DE LOS VINOS - TENERIFE