jueves, 5 de febrero de 2009

Esto se acaba


Por DIEGO FULLAONDO* (SOITU.ES)

Lo reconozco: estoy paralizado y desorientado. Tengo la sensación insoportable de que todo lo que me rodea es banal. Todo aquello relacionado con el mundo de la arquitectura que sólo hace unos meses resultaba estimulante, divertido e importante, me parece ahora superficial y gratuito. Siento incluso una injusta (puede que no tanto) ira hacia aquellos que siguen encontrando fuerzas para opinar, debatir y criticar. Este súbito cambio puede obedecer a algún desajuste personal, que no tengo localizado. En ese caso, pido disculpas por adelantado. Pero también es posible que debamos detenernos a pensar.

El aeropuerto de Pekín, de Norman Foster.


Hace unos días en un intercambio de correos electrónicos con Javier Boned en el que le señalaba esta extraña sensación, me decía: "El 'cómo' pasó a mejor vida, hasta el más tonto sabe resolver el 'cómo'. El verdadero reto, lo importante, ahora es el 'qué'". Efectivamente, creo que vivimos los estertores del periodo barroco. Urge abandonar posturas autocomplacientes y circulares en las que estamos anclados casi todos. Algunos por un comprensible pero ya demasiado dilatado desconcierto; otros por su cuidada estupidez; y unos pocos elegidos, con peores y más sibilinas intenciones: despistando el debate a conciencia, empujándolo hacia campos manifiestamente irrelevantes y poco fructíferos, con el propósito exclusivo de mantener su propia posición dominante.


Muchos discursos y arquitectos magníficos muestran claros síntomas de agotamiento: tan tardo-barroco es el virtuosismo constructivo-tecnológico de Foster como el falso minimalismo supuestamente denso de Chipperfield


No se trata tan sólo del auge desproporcionado, caprichoso y orgullosamente superficial que nos asfixia desde el diseño, el interiorismo y sus infinitas actividades colaterales. Muchos discursos y arquitectos magníficos muestran claros síntomas de agotamiento en su producción. Tan tardo-barroco es el virtuosismo constructivo-tecnológico de Foster como el falso minimalismo supuestamente denso de Chipperfield. Tan efectistas e inmediatas son las osamentas de Calatrava o los artificios luminotécnicos de Nouvel como los forzados silencios enjaulados de Kazuyo Sejima. Tan rabiosamente recargado e insípido se ha vuelto el rico lenguaje expresivo anunciado por Zaha o Gehry como las sobrevaloradas cajitas poéticas que inundan la arquitectura pública española. Tan cínicas, vacías y publicitarias son las propuestas del OMA para el Medio y Lejano oriente como… Bueno no. Tan cínico como Koolhaas no hay nadie. O deja de construir, o el holandés va a dilapidar su indiscutible aportación a la historia de la arquitectura. Lo último de Taipei, es simplemente intolerable. ¿Dónde quedaron sus magníficas propuestas para la Biblioteca de Francia en París, o para el teatro vertical de Dallas?


[Os dejo algunas imágenes de un viejo concurso que hicimos nosotros hace muchos años para un Palacio de Congresos en Ávila y que finalmente ganó Patxi Mangado. No porque me parezca excelente, sino porque respira la misma ingenuidad e infantilismo que lo de Taipei. Pero claro: lo que en nosotros puede considerarse un pecadillo venial de juventud, realizado con las mejores intenciones, para el OMA y a estas alturas de la película, me parece casi una burla]

Imagen de uno de los proyectos del concurso para el Palacio de Congresos en Ávila (izda.), junto al proyecto de OMA en Taipei.


Son momentos muy delicados. La tentación del fundamentalismo aparece siempre en los momentos de crisis. No es casualidad que la nueva revista oficial del Colegio de Arquitectos de Madrid haya recurrido a ese turbador sustantivo para titular para su nueva etapa: Fundamentos. Sus responsables han manifestado abierta y claramente su rotunda línea editorial: recuperar los valores atemporales de la arquitectura. Siempre que tenemos miedo, miramos hacia atrás, presuponiendo que algún error cometimos en el camino, y que la solución pasa inevitablemente por desandar el camino, y volver a ese cruce en el que nos equivocamos. Pero, ¿cuáles son esos valores atemporales de la arquitectura? Es más, ¿existen realmente?; personalmente creo que no; ni creo que equivocáramos el camino en ningún punto; ni que tengamos que volver atrás; las respuestas siempre están delante.


Una intuición: los dos elementos diferenciales que vislumbro en el futuro como determinantes para la arquitectura (y probablemente para casi todo) son la escasez de recursos físicos y el desarrollo de la tecnología digital


Por algún motivo pienso en Obama. Imagino que ahora todos pensamos en Obama. Es indudable el efecto positivo y esperanzador que el fenómeno ha provocado en el mundo entero. Pero, por otra, reconozco que me asusta un poco su carácter mesiánico. La escenografía de la investidura la habría firmado el propio Speer. Inquietante.


No conozco las respuestas. ¡Qué más querría yo! Pero creo que es ineludible que nos pongamos a pensar con seriedad y dejemos de correr como pollos sin cabeza, haciendo piruetas, lógicamente cada vez más descabelladas. Por mi parte, solo una mínima intuición: los dos elementos diferenciales que vislumbro en el futuro como determinantes para la arquitectura (y probablemente para casi todo) son la escasez de recursos físicos y el desarrollo de la tecnología digital.


Con lo primero, no me refiero a la manoseada sostenibilidad. Democracia y medicina han hecho que en el planeta seamos muchos. Muchos y muy exigentes. Si queremos para todos, tocamos a menos y tendremos que rentabilizar al máximo los esfuerzos. De materia, de energía, de espacio… de todo. Eficacia máxima y eliminación de todo lo prescindible.


Y en segundo lugar: el mundo digital asumirá un mayor protagonismo. No se desarrollará en una especie de universo paralelo como hasta ahora, sino que decididamente sustituirá un número creciente de nuestras necesidades físicas que no dispondrán de recursos suficientes para llevarse a cabo. Quién sabe si hasta el extremo final de la suplantación completa del mundo físico tal y como lo conocemos. El simulacro total.


* Diego Fullaondo es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.

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