jueves, 5 de febrero de 2009

No a los edificios-monumento


Por VICTORIA GARRIGA* (SOITU.ES)

Un problema de la arquitectura contemporánea es que ha pasado a convertirse en monumento, como la torre Agbar de Barcelona. Pero hace falta recordar la necesidad de conectarse con el entorno: la arquitectura no existe sin lugar.

Manuel.A.69 (Flickr)

La Torre Agbar y su entorno.


La torre Agbar de Jean Nouvel es un claro ejemplo de ello. Es un objeto precioso, caro que responde a la perfección al encargo que se le plantea: un edificio-monumento que celebra y proclama, a los cuatro vientos y en los medios, el éxito de público y el empuje de la nueva Barcelona postolímpica. Es un edificio baluarte, un obelisco publicitario, atractivo luminoso, cambiante, divertido y que no importa nada que sea un mentiroso. Es un objeto totalmente desvinculado de la calle, de la ciudad. Es un edificio sin raíces y que nunca las echará.


Un objeto bonito y brillante que cayó del cielo y que está pensado para ser visto desde el aire y en foto, o desde abajo con la boca abierta. Nadie entra en él. Toda la relación que establece con la ciudad es un juguetón guiño que le hace a la Sagrada Familia, que se retuerce en un último estertor, recordando con orgullo dolorido lo que en otros tiempos fue.


Porque yo creo que un edificio es un organismo vivo y vinculado a un lugar, que emana de él para reinventarlo, recrearlo o incluso para negarlo.


Me gustaría hacer un homenaje a los resistentes. Citar tres proyectos que han mantenido el rigor y el cuidado por el contexto en los tiempos en que se ha proclamado que tal cosa no existía:


El mercado de Santa Caterina, un acierto.


  • Enric Miralles con Benedetta Tagliabue hace en Santa Caterina un mercado que es en realidad una recreación festiva, nueva, y teatralizada de la vida de en un lugar muy determinado y que conocen muy bien, el barrio de Santa María del Mar, en Ciutat Vella en Barcelona. El edificio emerge de la ciudad, crece desde el suelo, coloniza su entorno, vinculándose y aferrándose a lo viejo, a la memoria, pero con la fuerza de este intérprete de la ciudad, que la redibujaba con la energía de un titán de lo cotidiano, que vestía la vida de fiesta, celebrando cada momento como si fuese único.
  • Pepe Llinás mira tan de cerca las cosas que le acaba cogiendo cariño a todo. Incluso a aquello que para la mayoría pasaría desapercibido por habitual.
  • Pepe Llinás hace unas viviendas en la plaza de Sant Agustí Vell, en Cuitat Vella, en Barcelona. Esta ciudad vieja y pobre es una ciudad que se resistió a la corriente purificadora e higienista que la moralidad burguesa trató de extender al casco antiguo desde el Ensanche; es una ciudad lúbrica y pegajosa, marítima, donde el aire, húmedo y salobre, cargado de olores de bares y comedores, pesa, y la vida se vuelve lenta y oscura. Vida en la calle, en los patios de vecinos y en las terrazas a distinto nivel desde las cuales la calle se percibe como un espacio pleno y unitario que se extiende como las arterias de un cuerpo viviente.


    La antimonumentalidad se manifiesta en Llinás en la reiterada voluntad de hacer lo 'menos posible' para preservar algo mejor que cualquier nuevo objeto que podamos hacer, por brillante que éste sea como objeto. "El nuevo edificio se considera como parte de un sistema que funciona gracias a un milagroso y precario equilibrio que se establece entre una serie de elementos urbanos". Llinás hará o dejará de hacer aquello que sea necesario para mantener lo que él llama 'la especial atmósfera de Sant Agustí Vell'. Esta voluntad de preservación, basada en el respeto por la vida instalada en los lugares puede llevar a Llinás al extremo de la invisibilidad. Aunque sin duda ahora el barrio es mucho mejor.


  • Ricardo Flores y Eva Prats son herederos consecuentes de esta manera de hacer, sincera, entregada y comprometida. Un proyecto como el que hacen para la rehabilitación de un pequeño molino en Palma de Mallorca nos reconcilia con nuestro trabajo, al mostrarnos esa manera de hacer tan dura como emocionante que ha constituido lo mejor de nuestra práctica. Un trabajo minucioso, delicado y tan intenso que se plantea y consigue reanimar un lugar que estaba casi muerto, conservando su carácter y su espíritu. Ni más ni menos

Nos hemos empeñado, en aras de una supuesta libertad creativa, en negar el lugar, el contexto, los antecedentes y nos hemos quedado haciendo juegos malabares de virtuosismo manierista sobre la nada


Y es que la arquitectura no existe sin lugar y los mecanismos económicos y de mercado exigen una movilidad que éste les niega. La supuesta libertad de la desmaterialización y la deslocalización a los arquitectos nos ha dejado literalmente en el aire. La arquitectura ha olvidado que es una disciplina que alcanza la excelsitud en aquellos momentos en que consigue leer y redibujar la compleja realidad material con genialidad, talento y compromiso. Nos hemos convertido en publicistas y vendedores de coches, caros o de ocasión. Nos hemos empeñado, en aras de una supuesta libertad creativa, en negar el lugar, el contexto, los antecedentes y nos hemos quedado haciendo juegos malabares de virtuosismo manierista sobre la nada. Y a la vez que estamos haciendo lúdicas y adictivas atracciones de feria estamos destruyendo los tejidos urbanos, sociales y productivos. Tejidos que son la urdimbre que puede sustentar la vida real de las personas. Una total falta de atención y cuidado, un ánimo de lucro descontrolado, una visión a muy corto plazo, así como la burocratización extrema han reducido el urbanismo a estéril normativa, que no articula la vida sino que la aplana. Un mantel de disposiciones donde los objetos volantes se dejan caer con gracia y el beneplácito de los agentes económicos.


Porque un edificio puede devenir 'monumento' cuando gracias a su capacidad de reconocimiento del lugar y de la sociedad en la que se implanta, es capaz de reinterpretar y recrear con inteligencia, tacto y talento ciertos valores que esa sociedad, colectivamente, considera esenciales, y ese edificio pasa a ser considerado como su representante. Es una calificación positiva que les da el tiempo a ciertos buenos edificios. Ningún edifico planteado a priori con fines monumentales y pretensiones 'artísticas' llegará a arraigar y a convertirse en un buen edificio. Los mejores edificios han surgido de la emoción de reconocer la vida en los lugares y del esfuerzo sensible por mantenerla y celebrarla. Los buenos arquitectos son expertos en mirar y percibir la vida en los lugares, para cuidarla, celebrarla y propiciarla. La gran arquitectura tratará de educarla y poner orden para tratar que ésta circule mejor y no se autodestruya. La gran arquitectura puede llegar a ser autoritaria pero jamás insensible.


Los edificios-monumento pueden parecer blandos, divertidos y amables, pero no deberíamos olvidar que su fin último es someter a la vida, aunque sea por seducción y adormecimiento.



* Victoria Garriga es arquitecta y junto a Toño Foraster forma el estudio AV62 Arquitectos.


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