Las 10 preguntas / García Schnetzer
Por Sonia Budassi, para Perfil:
Es editor, traductor y escritor. En 2008 publicó la novela Requena por la editorial Entropía. Además, dirige colecciones del sello Libros del Zorro Rojo. En esta sección, habla de sus lecturas y de las rutinas, o la falta de ellas, al sentarse a escribir. “Escribo cuando puedo. Cuando puedo, muy raramente”.
Alejandro García Schnetzer nació en Buenos Aires en 1974. Estudió Edición en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Barcelona, instituciones en las que luego se desempeñó como docente. Desde 2004 trabaja como director de colecciones en Libros del Zorro Rojo. Ha traducido obras de Denis Diderot (La religiosa, Carta sobre el comercio de libros), Arthur Rimbaud (El barco ebrio), Luiz de Camões (Sangre y recuerdos), Fernando Pessoa (Cartas a Ophelia) y Eça de Queirós (El mandarín). En 2008 publicó la novela Requena por editorial Entropía.
–¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
–Un volumen de cuentos tradicionales rusos, regalo de tía Nora. Era un libro infantil publicado en castellano por una editorial de la Unión Soviética. Los ocho relatos que lo integraban se proponían algo extraño: difundir entre los niños hispanohablantes el valor de la colectivización y la planificación económica a través del costumbrismo, del folclore eslavo.
–¿Cuál es su autor favorito vivo?
–Mis autores favoritos están clínicamente muertos. De los vivos leo con interés a Eric Hobsbawm, resabio universitario que aún me acompaña.
–¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
–El Ensayo sobre la población, de Malthus.
–¿Cuál es el último libro que leyó o que está leyendo en este momento?
–Terminé La insolación, de Carmen Laforet, que no es inferior a Nada, y ahora leo las Cartas de mi molino, de Alphonse Daudet, libro intermitente, donde algunos relatos son superiores a otros, como los que dedica al poeta Mistral o a los fareros de Sanguinaires. Imagino que Daudet, en su carácter, debió de ser una persona modesta; se resignó a trabajar en ocupaciones tediosas, sin embargo las contrariedades no le impidieron escribir algunas páginas admirables. Se dice que Daudet es invisible respecto de otros escritores de su tiempo, pienso que ese dictamen carece de importancia pues la lectura busca la emoción y ésta sucede cuando y donde quiere.
–¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
–Trato hecho, de James Chasse. Alguien entró en casa una noche y me lo robó; sospecho que fue mi padre.
–¿Qué libro quisiera releer pronto?
–De Mitre a Roca, de Milcíades Peña, cuya parcial revindicación de Sarmiento creo entender y rechazar. También Jardín junto al mar, de Mercé Rodoreda, y Buenos Aires desde 70 años atrás, libro que José Wilde escribiera en 1881 y que tiene sentencias y pasajes muy curiosos, citaré dos: “Es extranjero, es verdad, pero muy civilizado” y “El cónsul holandés, señor Bilberg, murió herido por un cohete volador, en la inauguración del ferrocarril de Chivilcoy”. Cómo no pensar en Bilberg, en su destino; y en sus parientes de La Haya, recibiendo tal noticia.
—¿Cuándo escribe?
—Cuando puedo, muy raramente. De lunes a lunes trabajo como editor y traductor; en la mazmorra que habito debo leer y escribir sin descanso. De modo que la otra escritura, la romántica, por darle un mal nombre, sólo puede sobrevenir cuando logro desplazar a la primera, es decir más o menos cada vez que un camello pasa por el ojo de una aguja.
–¿Quién debería ser el próximo Nobel?
–Alguien que de verdad necesite el dinero.
–¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
–Supersticiones para escribir no tengo. Como ritual, una vez que el camello ha pasado, suelo escuchar un disco instrumental de Gustavo Mozzi: Los ojos de la noche, un trabajo notable bajo cuyo influjo fui escribiendo Requena. (Acaso Gustavo Mozzi esté ahora repitiéndose los versos: “¿Cómo pude engendrar este penoso hijo / y la inacción dejé, que es la cordura?”)
–¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
–“De mi abuelo Vero, el buen carácter y la ausencia de cólera. De la fama y el recuerdo del que me engendró, la decencia y la virilidad. De mi madre, la devoción, la generosidad y refrenarse tanto de hacer daño como de tener la idea de hacerlo; además, la sencillez en el régimen de vida, lejos de las costumbres de los ricos.” Marco Aurelio, Meditaciones.
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