Rayos X
El primer día de enero de 1896 un físico alemán llamado Wilhelm Röntgen envió a sus colegas de toda Europa detalles de una asombrosa observación. Para demostrar su argumento incluyó una fotografía en la que podía verse una imagen de algo parecido a los huesos de su mano con la carne apenas discernible como un tenue halo y con la sombra de un anillo.
Y todo lo había descubierto de forma accidental en un laboratorio de la Universidad de Würzburg. Un par de meses atrás, nuestro personaje había notado una extraña fluorescencia en una pantalla, un brillo en una pantalla fosforescente cerca de un tubo de descarga eléctrico en su laboratorio. Advirtió que el fenómeno estaba relacionado con la producción de rayos catódicos que estaba produciendo en aquel tubo que tenía en otra mesa del laboratorio, sin conexión aparente con la pantalla que se había vuelto fluorescente.
Era así incluso si envolvía el tubo de rayos catódicos con gruesos y opacos materiales. Comenzó entonces una actividad febril, durante dos meses, para caracterizar bien las propiedades de la nueva radiación. Al poner la mano entre el tubo y la pantalla vio la imagen de los huesos de su mano. Resulta que, sin saberlo, los físicos habían estado generando rayos X durante años sin saberlo. Estos experimentos incluyeron las primeras radiografías de la historia, como la mano de su esposa (tras una exposición de 15 minutos):
También radiografió las manos de un colega. Sólo cuando tuvo resultados concretos y maduros los comunicó a la Sociedad Físico-Médica de su universidad. Esto le trajo enemigos; por ejemplo, Silvanus Thompson se quejó de que había dejado muy poco para que los demás contribuyeran a la expansión del campo.
En Alemania, el 4 de enero de 1896 Emil Warburg mostró algunas de las fotografías tomadas por Röntgen en una reunión de la Sociedad Física de Berlín. Al día siguiente, la agencia de noticias Wiener Presse transmitía la historia del descubrimiento y un día más tarde la noticia circulaba por todo el mundo. Se acercaban las nubes de la guerra pero el London Daily Chronicle decía: Los rumores de una alarma de guerra no deben distraer la atención del maravilloso triunfo de la ciencia que acaba de comunicarse en Viena. Se anuncia que el profesor Röntgen de la Universidad de Würzburg ha descubierto una luz que, al efectuar una fotografía, atraviesa la carne, el vestido y otras sustancias orgánicas.
Los médicos vieron inmediatamente su aplicación. En palabras del propio Röntgen:
Se puede imaginar el interés que suscitó en el mundo científico el descubrimiento y la sensación que creó en todas partes; pocos fueron los laboratorios en los que no se intentó en seguida repetir el experimento… Casi inmediatamente, la posibilidad de aplicaciones prácticas atrajo al público y muy especialmente a la profesión médica. Estaba claro que se tenía un método de gran utilidad para el diagnóstico de fracturas complicadas, o para localizar cuerpos extraños en el cuerpo. Para mí, esto tuvo una consecuencia desafortunada. Mi laboratorio se vio inundado por médicos que traían a sus pacientes, de los que se sospechaba que tenían agujas en distintas partes de sus cuerpos, y durante una semana tuve que emplear la mayor parte de tres mañanas en localizar una aguja en el pie de una bailarina de ballet.
Hasta el propio Kaiser Guillermo II le solicitó una demostración en la Corte.
Los rayos X de Röntgen, en principio, no parecían rayos. Si lo fueran deberían presentar polarización, interferencias, difracción, etc.; una serie de fenómenos que por la época no se detectaban. Volvamos a dejar que sea Röntgen quien nos lo explique:
He observado, y en parte fotografiado, muchas imágenes de sombras de este tipo [sombras de los cuerpos que se colocan entre el aparato y la pantalla fluorescente], cuya producción tiene un encanto especial. Poseo, por ejemplo, fotografías de la sombra… de los huesos de la mano;… de un conjunto de pesas encerrados en una caja… He intentado de muchas maneras detectar fenómenos de interferencia de los rayos X, pero, desgraciadamente, sin éxito, acaso solamente debido a su débil intensidad…; tampoco puede ser polarizada por ninguno de los métodos ordinarios.
Cuando se extendió la noticia, los laboratorios de todo el mundo empezaron a hacer experimentos y entonces sí quedó establecido que eran una especie de radiación electromagnética de longitud de onda más corta que la luz visible y la ultravioleta.
En Barcelona, un grupo de profesores de universidad, médicos y fotógrafos intentó reproducir los experimentos y para obtener una fotografía de muy baja calidad de una mano la tuvieron que someter a una exposición de 50 minutos.
¿Y cómo dimos la bienvenida al gran descubrimiento en nuestro país? Bueno, ya se sabe que abunda la picaresca. Hubo épocas en que el mejor banco era uno mismo (hablo en pasado pero cruzo los dedos). Las personas llevaban el dinero en monedas guardado en los refajos que formaban parte del vestuario rural de las gentes. Eran grandes monedas de “duro”, algunas todavía de plata. Lo llevaban siempre aunque el desplazamiento fuese tan sólo de escasos kilómetros que separaban un pueblo de otro.
Hubo cierto médico que conocía bien estas costumbres y las supo aprovechar. Al paciente que entraba en su consulta le sugería la conveniencia de someterlo a una exploración con el flamante aparato de rayos X.
— Y eso ¿cuánto me va a costar? —preguntaban siempre el hombre o la mujer, recelosos de cualquier gasto superfluo, y temerosos de que aquella “extravagancia” les alterara la economía.
— Bueno —respondía el médico—, eso ya se lo diré luego; depende de lo que vea por la pantalla.
Y no mentía en absoluto. Al enfermo le hacía pasar a la sala de rayos X indicándole cómo debía colocarse y siempre con la advertencia:
— No hace falta que se quite usted la ropa. Estos aparatos modernos pueden ver a través de la tela.
Y claro que veía… las monedas que él o ella guardaban en el refajo y hacía un rápido recuento. Al cabo de unos momentos daba por finalizada la exploración.
— ¿Qué tengo, doctor? —el paciente escrutaba anhelante los ojos del médico.
— Pues afortunadamente nada de qué preocuparse. Son treinta duros.
U otra cantidad ajustada a lo que ocultaba a simple vista, pero no a los rayos X, el refajo. Y el paciente, con más o menos gesto de dolor del alma que no físico, sacaba los cuartos y los ponía sobre la mesa del médico. En una ocasión aplicó el procedimiento a un hombre que tras abonarle la tarifa del caso demostró socarronamente que había captado el truco.
—Buena vista tiene usted, doctor. Cuarenta duros traía y cuarenta me ha sacado.
Sabemos, no obstante que hoy día esto no sucede. Al menos, en lo que a exploración por rayos X se refiere. En fin, continuemos con hechos de mayor honra.
La noticia también llegó a Francia y el 20 de enero de 1896 la Académie des Sciences dedicó su reunión a estudiar el tema. Uno de los que estaba en aquella reunión era un tal Antoine Henri Becquerel, catedrático de física en el Musée d’Historie Naturalle de París. Dicha cátedra la había ocupado antes su padre y antes que él, su abuelo. Era un experto en fluorescencia. Al fin y al cabo, la había estudiado toda su familia. Mirando de profundizar más en el tema llegó a dar con otro descubrimiento al que apenas prestaron atención hasta que apareció una polaca llamada Marie Sklodowska, posteriormente conocida como Madame Curie. Obviamente, me refiero al descubrimiento de la radiactividad, pero podemos dejarlo para otra historia.
Röntgen aceptó la cátedra de física en la Universidad de Munich en 1900 así como distinciones científicas como la Medalla Rumford de la Royal Society de Londres y también el grado honorario de Doctor en Medicina que le confirió su Universidad de Würzburg.
Pero murió al borde de la bancarrota, como suelen hacerlo muchos benefactores de la humanidad. Y es que rechazó patentar su descubrimiento gracias a lo cual todo el mundo pudo beneficiarse de los rayos X. También rechazó el título honorario de pasar a llamarse von Röntgen, que le habría valido su entrada a la nobleza alemana. También había donado el dinero de su Premio Nobel de 1901 a su querida Universidad de Würzburg.
Así que recordad cuando os hagan una radiografía que el científico que está detrás de todo ello fue una persona excepcionalmente generosa.
Fuentes:
“Incertidumbre”, David Lindley
“El poder de la ciencia”, José Manuel Sánchez Ron
“Marie Curie y su tiempo”, José Manuel Sánchez Ron
“El canon científico”, José Manuel Sánchez Ron
“De Arquímedes a Einstein”, Manuel Lozano Leyva
“Anecdotario médico”, Ignacio Arana
http://www.profisica.cl/personajedelmes/biografias.php?id=21
http://eltamiz.com/2008/10/28/premios-nobel-fisica-1901-wilhelm-rontgen/
La fotografía está sacada de este último enlace.
Fuente: HC
No hay comentarios:
Publicar un comentario