Cada vez se hacen menos calendarios de pared. Los artilugios tecnológicos que nos rodean y conviven con nosotros han suplido esa necesidad, que era real hace unos años. No ha pasado tanto tiempo desde que, como en un rito inexcusable, había que acercarse a la caja de ahorros a finales de diciembre, felicitar las fiestas y cómo no, recoger el calendario que luciría un año entero en la pared de la cocina.
De sobremesa, pequeñito para el salpicadero del coche, de bolsillo para llevar en la cartera... quién no ha tenido aquél de plastificado lenticular, en el que con un ligero cambio en el ángulo de visión la maciza dejaba ver sus enormes senos…
Pero el clásico es el de pared, que tiende a desaparecer. Ni siquiera parece poder salvarlo la proliferación de iniciativas de almanaques por una buena causa en los que bomberos, jugadoras de voleibol o funcionarios de prisiones se desnudan para recaudar fondos. Tampoco en los talleres mecánicos, que hoy son impolutos centros de tecnología franquiciados, hay sitio ya para el calendario de siempre, que alegraba las duras jornadas enredando con bujías, alternadores, delcos…
Queríamos encontrar un calendario que mereciera la pena para traerlo aquí. Uno que no nos importaría tener colgado en nuestro estudio o en la cocina de casa, como antaño. Nos ha costado encontrarlo, no saben cómo. Hemos tenido que viajar lejos, pero aquí está. Es de Paradigma, una agencia de publicidad de Moscú. Puede verse el calendario completo aquí.
En el extremo opuesto, queríamos traer también uno malo, el peor. Eso ha sido más fácil, y a los que trabajen en agencias de publicidad les sonará, no porque lo tengan delante, que nunca nadie en una agencia lo ha colgado sin ser advertido de despido, sino porque lo recibimos por triplicado los del gremio cada año.
Se trata del calendario de Sanca, una empresa de serigrafía de las de toda la vida. Como los amigos que se empeñan en que veamos el vídeo de su boda, como el pesado que no nos deja en paz hasta que no nos tragamos los siete álbumes de fotos de sus últimas vacaciones, Sanca nos manda un año sí y el siguiente también este enorme calendario. Hay que saber que Rufo Arroyo, que no es sino el dueño y presidente de la compañía, hace sus pinitos como pintor. No precisa de galerista ni representante que le coloque sus cuadros en las revistas de arte: él tiene su calendario. Inunda las agencias de publicidad y empresas del sector, año tras año, con sus ejercicios pictóricos. No se sabe de ninguna agencia que haya colgado el calendario en la pared, pero eso es lo de menos.
La felicidad quizá se pueda comprar, el talento, en cambio, es gratis. Afortunadamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario