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Se lo comunicó a Arturo, y éste pensó, mejor que en enviar embajadores, en ir él mismo disfrazado, para ver si ginebra era tan bella y discreta como la fama contaba y como su consejero decía.
Escogió a treinta y nueva caballeros de los más valerosos y gallardos, y, acompañados por Merlín, partieron en dirección a la corte del rey Laodegan.
Cuando llegaron allí, vieron          que la situación del Rey no era muy buena. Ryence, rey de Irlanda,          al frente de un numeroso ejército, amenazaba la ciudad, a la cual          casi había cercado.
Laodegan, con sus pares, se encontraba en un          consejo, tratando de descubrir los medios para resistir el cerco y ataque          de Ryence, pero sin muchas esperanzas, ya que éste contaba no sólo          con sus propias huestes, sino también con las de quince reyes tributarios.
Un escudero anunció la llegada de los caballeros extranjeros, y          Laodegan dio orden de que fueran introducidos.
Merlín, como heraldo          de los caballeros, dijo que deseaban luchar a las órdenes del rey          Laodegan; pero que pedían tan sólo el poder mantener sus          nombres en secreto.
Aunque esta condición causó mucha extrañeza, Laodegan aceptó, reconocido, la ayuda de los caballeros, y éstos, después de rendir el acostumbrado homenaje al rey de Carmálida, se retiraron al alojamiento que el sabio Merlín les había preparado.
Entre los sitiadores y los sitiados          se había establecido una tragua, pero los irlandeses, sin respetarla,          atacaron un día inopinadamente la ciudad.
Sonaron las trompetas          llamando a los soldados a las armas.
Cleodalis, el general del Rey, reunió          las fuerzas reales con tada la rapidez posible.
Arturo y sus compañeros          se armaron en un decir Jesús, y se presentaron todos resplandecientes.
Merlín iba junto a Arturo, blandiendo un estandarte que llevaba como enseña un terrorífico dragón.
Los combatientes del rey Laodegan          quedaron asombrados al ver la gallarda presencia de los caballeros que          habían querido mantener sus nombres en secreto.
Merlín se          adelantó hacia las puertas de la ciudad y ordenó a los guardas          que las abrisen.
Pero los oficiales encargados de la custodia de las puertas contestaron:
- El enemigo está casi          encima de nosotros.
Si abrimos, se precipitará dentro de la ciudad. Sin una orden del Rey no podemos hacerlo, pues crearemos un terrible peligro para los nuestros.
Pero Merlín, sin importarle          nada esto, cogió las puertas y las sacó de su sitio con          cerrojos, cadenas y goznes.
Hizo pasar a los caballeros por el hueco y          volvió a colocarlo todo en su sitio.
Espoleó a su corcel y se lanzó, a la cabeza de los caballeros, en medio de campo enemigo, en el centro de dos mil paganos.
Había un contraste tan          enorme entre la masa de irlandeses y el reducido grupo de caballeros,          que Merlín obró un hechizo para impedir que el enemigo viera          el escaso número de asaltantes; no obsante esto, los caballeros          bretones se encontraron con gran apuro.
Los guerreros de la ciudad, puestos          en las murallas, contemplaban la lucha desigual, y sintieron tran vergüenza          al ver que los extranjeros, a pesar de ser tan pocos, no habían          vacilado en lanzarse contra los paganos.
Abrieron las puertas y se precipitaron          contra los enemigos.
Ahora había más igualdad entre los          bandos contrarios.
Merlín repitió su hechizo, de modo que          los dos ejércitos se encontraran fundidos, sin que los irlandeses          advirtieran la debilidad de los enemigos.
En donde estaban Arturo, Ban y Bohort, con sus guerreros, el ejército del Rey tenía gran ventaja; pero en otra parte del campo el mismo rey Laodegan fue rodeado y hecho prisionero.
Esta triste escena fue vista por          Ginebra, la hermosa y gentil princesa, que estaba en las murallas de la          ciudad siguiendo el curso de la batalla con el corazón angustiado.
Al ver a su padre prisionero, su dolor fue terrible; arrancábase sus sedosos cabellos, y se desmayó.
Pero Merlín advirtió          la captura del Rey, y en aquel momento agrupó a sus caballeros          y los sacó de la lucha. Cabalgando todos contra el grupo que llevaba          cautivo al Rey, lo atacaron con denodado valor e impulso irresistible.
         Arturo se encontró frente a frente con un gigante de espantosa          presencia.
Su nombre era Caulang; medía mas de quince pies de alto y tenía unos miembros enormes, fuertes como robles y encinas.
Mientras tanto, la hermosa Ginebra          había vuelto en sí, y llena de alegría, vio cómo          los desconocidos caballeros se habían lanzado contra los paganos          que llevaban cautivo al Rey.
También presenció la lucha          de Arturo y el gigante: vio cómo el denodado campeón, empuñando          su espada, se lanzaba contra el enorme pagano.
Este tiró un mandoble          contra Arturo; pero el bretón, con un ágil esguince de su          caballo, lo evitó.
A su vez, Arturo hundió su espada en          el hombro del gigante, y de otro revés le cortó de un tajo          la cabeza.
El corcel del gigante arrastró a su dueño, descabezado,          y soltando por el mutilado cuello un chorro de sangre.
Así corrió          hasta el campo de los irlandeses, los cuales, aterrorizados al ver el          terrible espectáculo, huyeron en desorden.
El Rey fue libertado          y sus aprehensores cayeron muertos o prisioneros.
Ginebra, llena de entusiasmo,          no pudo refrenar su deseo de que el gentil caballero que de tan heroica          manera había dado muerte al gigante fuese su esposo.
Y su pretensión          fue oída por sus doncellas, las cuales se mostraron conformes,          haciendo grandes elogios del valor del desconocido caballero.
En tanto, el enemigo había abandonado el campo, dejando sus tiendas, que fueron saqueadas por los vencedores, que encontraron un rico botín.
Regresaron los victoriosos guerreros          a la ciudad.
Grandes aclamaciones del pueblo alababan el valor de los          soldados, del Rey y de los pares de la ciudad.
Pero los mayores elogios,          el mayor entusiasmo era para los caballeros desconocidos y, sobre todo,          para Arturo, el cual correspondía con saludos a las manifestaciones          de entusiasmo de la gente.
Cuando llegaron al palacio, fue recibido por Ginebra, la cual desarmó al campeón y lo condujo al baño, mientras que sus compañeros eran atendidos por las damas de la corte y conducidos a un magnífico alojamiento, en donde descansaron.
Después se organizó          un gran banquete, en donde los campeones fueron servidos por las damas.
         Laodegan estaba impaciente por saber el nombre de los caballeros que tan          fiel y valerosamente le habían servido; deseaban también,          lo mismo que Ginebra, que el gallardo jefe de los extranjeros fuera seducido          por los encantos de su hija.
Y embebido en estos pensamientos, estaba abstraído y sin antender a las bromas de sus cortesanos.
Arturo, en tanto, había          podido hablar con Ginebra y declararle la gran impresión que la          belleza de la doncella había hecho en él.
Y al ver que era          correspondido, tuvo una gran alegría.
Esta aumentó cuando supo por Merlín las últimas hazañas de Gawain (Galván), que hacía innecesario por el momento su regreso a Londres y estaba en libertad de prolongar su estancia en la corte de Laodegan.
En días posteriores, la          admiración por los extranjeros fue creciendo, así como el          amor de Ginebra y Arturo.
Y cuando, por fin, Merlín anunció al Rey que el objetivo de la visita de Arturo a su corte era buscar una esposa, Laodegan presentó a Ginebra a Arturo, diciéndole que cualquiera que fuera el rango que en su país tuviera el campeón, le entregaría a su hija, ya que el valor demostrado y la gallardía eran prendas de una segura nobleza y dotes personales suficientes para ser el esposo de la heredera de Carmálida.
Arturo, con gran alegría,          besó la mano del Rey, dándole las gracias por el honor que          le hacía y que satisfacía sus más ardientes deseos.
Merlín entonces dijo:
- Es hora de que sepáis quién es este caballero. Se llama Arturo y es rey en Londres.
Laodegan se levantó y contestó:
- Me habéis besado la mano, cuando soy yo el que debía rendir el homenaje de vasallo al sucesor de Uther Pendragón.
Y en unión de sus barones, rindió el saludo al rey Arturo.
Se celebraron los esponsales con          gran solemnidad, y a continuación un festín que duró          siete días.
Al acabar la fiesta, los centinelas anunciaron que          el enemigo se acercaba con nuevas fuerzas y los caballeros tuvieron que          volver a tomar las armas.
Y triunfaron nuevamente.
 
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