La chatarra espacial pone en peligro
las misiones científicas
El reciente choque entre un satélite ruso inactivo y otro de comunicación estadounidense sobre el cielo de Siberia ha convertido la “chatarra” espacial en un serio obstáculo para los proyectos tecnológicos.
La Tierra asediada por un inmenso enjambre de chatarra espacial. Esta es una interpretación que se desprende de las recreaciones publicadas por la Agencia Espacial Europea (ESA) que reflejan a nuestro planeta recubierto de miles de objetos artificiales inservibles pululando por la órbita terrestre.
Desde el despegue del legendario Sputnik en 1957 se han producido más de 4.600 lanzamientos y se han puesto en órbita unos 6.000 satélites. 52 años después tenemos sobre nuestras cabezas 4.500 toneladas de basura espacial compuesta por satélites inactivos, antiguos cohetes, restos de naves, y otras piezas, procedentes en su mayoría de ingenios espaciales fragmentados a causa de explosiones o colisiones.
Esta nube metálica genera quebraderos de cabeza a las principales agencias espaciales ya que hace peligrar la buena marcha de las expediciones científicas al espacio y la integridad de los 800 satélites activos y de la propia Estación Espacial Internacional (ISS), permanentemente habitada. Las cifras relativas a la basura espacial son sorprendentes. La Oficina del Programa de Desechos Orbitales de la NASA publica informes trimestrales sobre su seguimiento.
En 2008 detectó por primera vez un estancamiento en el aumento de la basura espacial, con un 3,1% más que en 2007. Casi 400 nuevos residuos.
Rusia, China, EEUU
Según la NASA, el pasado año se cerró con 12.743 cuerpos espaciales en órbita. La mayor parte, 4.528, proceden de la Commonwealth of Independent States (CIS) -organización integrada por Rusia y otras nueve exrepúblicas soviéticas, los tres estados bálticos y Georgia-. Estados Unidos, con 4.259 objetos, y China, con 2.774, son los países que más chatarra han ‘legado’ a nuestra órbita. La ESA es la potencia menos contaminante, con 74 objetos. Francia ha dejado 380, por los 174 de Japón y los 147 de la India. Pero la situación de la basura espacial es más grave de lo que reflejan estos datos, que sólo tienen en cuenta los desechos que superan los diez centímetros y que es el tamaño mínimo que pueden detectar los radares del U.S. Space Surveillance Network -Red de Vigilancia Espacial-. La NASA estima que la población de desechos de entre 1 y 10 cms. supera los 200.000.
Unos 32.000 serían mayores de 10 cms. Y calcula que los restos inferiores a un centímetro son “decenas de millones”. La ESA, por su parte, cifra en 600.000 los cuerpos de alrededor de un centímetro que dan vueltas a nuestro globo. Este organismo cuenta con una Oficina de Residuos Espaciales para la investigación en basura espacial y hace un seguimiento de estos desechos gracias a la labor del Observatorio del Teide, perteneciente al Instituto Astrofísico de Canarias.
Miquel Serra es el director del observatorio tinerfeño: “Nosotros rastreamos con el telescopio OGS las zonas de las órbitas que la ESA nos indica unas dos semanas cada mes, coincidiendo con las noches sin luna”, explica. El Observatorio del Teide ha descubierto desde 2001 cerca de 5.000 nuevos objetos orbitando, de entre un metro y 10 cms., aproximadamente. “Se trata de objetos débiles que, al ser metálicos, reflejan la luz del Sol y podemos verlos con telescopios como si fueran estrellas”, señala Serra.
Gran parte de estos desperdicios proceden de explosiones -se han registrado unas 200-, y es que buena parte de los ingenios enviados al espacio aún cuentan con algo de combustible al agotar su vida. Pero también se incrementa el número de piezas por la colisión entre dos objetos. Las colisiones son la principal amenaza que se cierne sobre satélites, naves y misiones espaciales como la ISS. Aunque el riesgo es todavía relativamente bajo, las velocidades a las que se mueven los restos llegan a alcanzar los 50.000 km/h. Un impacto a esa velocidad puede resultar letal.
La pruebas efectuadas por la ESA en laboratorio del impacto entre una pequeña esfera de aluminio de 1,2 cms. y 1,7 gramos moviéndose a 6,8 km/s (24.480 km/h) -una bala de rifle lo hace a 1km/s- contra un bloque de aluminio macizo de 18 cms. de grosor, dieron como resultado un cráter considerable y una temperatura y presión en el punto de impacto mayores que las que se cree hay en el centro de la Tierra: 5.700º C y 356 GPa.
Así, los vehículos espaciales incorporan blindajes contra micro-impactos y van más protegidos si son tripulados. También se han tenido que aplazar numerosas maniobras. El último choque ocurrió a 800 kilómetros sobre Siberia, viéndose involucrados un satélite ruso inactivo de comunicaciones militares, y un satélite operativo estadounidense de la empresa Iridium. Este incidente ha reavivado el debate sobre las medidas a tomar frente al problema de la basura espacial.
Evaluación de riesgos
Los objetos que más preocupan a las agencias espaciales son los que oscilan entre 1 y 10 cms., demasiado grandes para acorazar las naves contra ellos, demasiado numerosos para obviarlos y demasiado pequeños para ser rastreados. Las principales organizaciones espaciales se nutren de sofisticados modelos y programas informáticos para obtener un cálculo de probabilidades y evaluar los riesgos que entrañan los desechos de este tamaño. Según cómputos de la ESA, un satélite con una superficie transversal de 100 m2 que orbita a 400 kms. de altitud recibiría el impacto de un objeto de diez cms. cada 15.000 años.
Para este tipo de estudios se creó el Comité Coordinador de Agencias Internacionales para el control de Desechos Espaciales (IADC), integrado por la NASA, la ESA, Rusia, Japón, China, India, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Ucrania. Sus objetivos son cooperar en la investigación sobre basura espacial. La ONU, como la IADC, ha publicado directrices para reducir la basura espacial, a través del Comité para la Utilización Pacífica del Espacio Exterior. Para Serra el problema de la basura “es un efecto de la mala gestión de los países” que se podría haber evitado “si desde el primer momento hubiera habido una clara política de reentrada controlada de los satélites para que se quemaran en la atmósfera”.
Por eso Heiner Klinkrad, director de la Oficinia de Residuos Espaciales de la ESA, advierte: “Si seguimos contaminando el espacio pondremos en peligro misiones de observación de la Tierra como las de los satélites de observación del clima y el medio ambiente ERS o Envisat, lo cual será un verdadero problema. Hemos de preservar el entorno espacial para el futuro. Si no hacemos nada, ponemos en riesgo cualquier inversión actual y futura en el espacio, y corremos el riesgo de tener que reducir e incluso renunciar a realizar actividades de ningún tipo en el espacio”.
Diego QUINTANA
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