Hijo de un broker especializado en materias primas, Andrés Piedrahita tuvo una educación privilegiada en su Colombia natal. Allí acudió al British Council, cita académica obligada de las clases más pudientes, para poder cursar luego estudios superiores en el extranjero, concretamente en la Universidad de Boston. Era sólo un viaje de ida. Marchó para no volver. Le esperaban Nueva York y el proceloso mundo financiero de Wall Street, donde inició su carrera como asesor financiero y banquero de negocios.
Era la década de los 80. Por aquella época, exactamente en 1989, tuvo lugar su matrimonio con Corina Mónica Noel. No se trataba de una boda cualquiera. La noticia de la petición de mano fue publicada en The New York Times. El intrépido joven colombiano entraba en la élite de Nueva York al casarse con la hija de Walter Noel, un reputado banquero privado de la Gran Manzana, que había pasado por Citigroup y por la banca suiza antes de fundar en 1983 su propia firma de inversión, Greenwich.
Dos años después de su matrimonio (1991), Piedrahita ya era su propio jefe al frente de Littelstone, firma de inversión que fusionaría en 1997 con el próspero negocio de su suegro, Fairfield Greenwich Group (FGG), que se había convertido en uno de los brokers independientes de Wall Street más famosos tras asociarse en 1989 con Jeffry Tucker. Desde entonces, fue sólo cuestión de tiempo que el colombiano se convirtiera en un big man de la industria financiera aparentemente más sofisticada.
Piedrahita convirtió Madrid en su centro de operaciones hace casi una década, probablemente empujado por la ambición de extender el negocio. Para vivir eligió el lujoso barrio de Puerta de Hierro, donde compró una vivienda a los herederos de Juan Herrera y Martínez Campos (ex Banesto), y comenzó a tejer una importante cartera de amistades entre los ambientes más selectos de la capital. Entre ellos, el empresario Martín Varsavsky, que ha comentado públicamente su opinión sobre el caso.
Más que simples clientes
El perfil de inversor estaba claramente definido. Mucho más que simples clientes de banca privada -a quienes recibía en un precioso ático del barrio de Salamanca que hacía las veces de oficina-, la entrada en el fondo de Madoff se vendía como un producto premium a la élite local, los más ricos entre los ricos, capaces y dispuestos entrar con grandes cantidades (o apalancados) ante las perspectivas de una rentabilidad media anual aceptable (8-12%) con una volatilidad mínima. De hecho, el producto tenía la mejor relación rentabilidad/riesgo del mercado.
Fairfield Greenwich, con oficinas en Londres, Nueva York, Miami y Madrid, no ha sido el único comercializador del fondo de Madoff en España, pero sí el principal. Para el mercado español, Andres Piedrahita contaba con una importante oficina de representación, nutrida de bien conocidos financieros, muchos de ellos integrantes de ese mismo círculo de grandes fortunas y reconocidos apellidos, y por tanto con acceso a esos inversores ultra-high-net-worth.
Precisamente, el responsable de ventas de la oficina española era Fernando Fernández de Córdova, hijo del Duque de Arión, que se incorporó en 2006 después haber trabajado durante años como banquero privado en JP Morgan y Merril Lynch. A su vez, es marido de la venezolana María Teresa Pulido Mendoza, rica heredera de los dueños de la cervecera Polar y con una brillante carrera como banquera privada para Europa en Citigroup hasta 2007, año en el que se incorporó a FFG como socio.
Avión privado
Para las labores comerciales y de marketing, el número dos para España es otro nombre de sobra conocido en el mundo financiero madrileño. Se trata de Juan Galobart. Como otros muchos, Johnny -como le llaman sus amigos- aterrizó en Fairfield Greenwich en 2006, después de poner fin a su aventura en Quántica, una boutique de asesoramiento que montó con antiguos compañeros de Bankers Trust, el banco para el que trabajó durante años como responsable de banca privada.
Uno de los últimos en llegar a la oficina madrileña de Fairfield Greenwich fue Santiago Bareño. Después de ocho años trabajando en BBVA, donde fue responsable de inversiones alternativas (productos estructurados), este mismo 2008 se pasó al otro lado. Tanto para su reputación profesional como para la del resto de compañeros, como dijo el economista Keynes, hubiera sido mejor equivocarse convencionalmente que acertar fuera de lo convencional.
Acostumbrado a cruzar el charco como quien cambia de acera, Piedrahita no necesitaba hacer cola en los aeropuertos: disponía de avión privado (un Gulfstream 200), normalmente aparcado en el aeropuerto de Torrejón. A partir de ahora tendrá que dirimirse si Fairfield Greenwich Group, principal comercializador de los fondos de Madoff, es cómplice de la estafa o, por el contrario, es el principal estafado durante casi 20 años. Sus amigos y también clientes prefieren exculparle. Quienes competían con él, sin embargo, alimentan la sospecha.
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