Valores humanos
de mi pueblo:
Doña Petronila González Guélmez
/ Ismael González G.
A pesar del cariño y agradecimiento que le profesé a tía Nila —pues, según me contaron, con el arrojo y decisión que le eran característico me salvó la vida cuando apenas tenía yo 16 meses de edad —, después del panegírico que sigue me pregunto a qué vocabulario habría recurrido don Ismael González si hubiera tenido que escribir uno referido a Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel Buonarroti.
Tal vez por eso que tía Nila hizo conmigo; por el cariño que desde entonces me tomó; porque durante mi infancia pasé mucho tiempo en su casa, para llegar a la cual sólo tenía yo que caminar 20 metros desde la mía; porque la escuela a la que primero asistí fue la de tío Pedro, también al lado de mi casa; por otros motivos que, dada mi corta edad, escaparon a mi memoria consciente; por el tiempo que pasé con ella y con un ya muy deteriorado tío Pedro, cuando iba yo en verano a presentar en Santa Cruz de Tenerife exámenes de bachillerato y me dejaban quedar allí un mes, en casa de tío Pedro y tía Nila, si los aprobaba. Tal vez por la gran influencia que por todo eso tuvieron ellos en mi formación, dos esotéricos que de mi vida nada sabían, y que estaban en países diferentes, me dijeron, también en momentos diferentes, que yo tenía unos segundos padres.
Tía Nila, tío Pedro y Carlos Padrón. Foto de mi colección tomada frente a la iglesia de San Agustín, en La Laguna (Tenerife).
Como no creo en casualidades, sólo puedo pensar que se referían a tío Pedro y tía Nila, con quienes mantuve estrecho contacto durante los primeros 22 años de mi vida.
Carlos M. Padrón
***
Ismael González G.
(Artículo publicado en el Diario de Las Palmas, Canarias, el 25/03/1972, con esta foto:
La personalidad de doña Petronila González Guélmez constituye una institución en su decidida aportación a la influencia vocacional artística —pintura, dibujo, y labores decorativas del hogar—, manifestada con la presencia que su auge esplendoroso tuvo en la juventud del sexo femenino pasense, exactamente en el período de enseñanza de doña Nila, como familiarmente se la llamaba.
Ni antes ni después se ha conseguido en El Paso aunar en la juventud un deseo de expresión artística, tan natural, imaginativo y acentuado como cuando se conjugaba el verbo enseñar en el colego “El Paso”, de don Pedro Martín Hernández y Castillo (don Pedro Castillo) y su señora esposa, doña Petronila González Guélmez (doña Nila). Verbos conjugados, repito, en una extensa gama de actividades ilustrativas.
Importa mucho decir que, para los años de nuestra mujeres de más de 50, no es aventurado pensar que colgado en la sala de un elevadísimo número de hogares del pueblo hubiera un lienzo en óleo, o una cartulina en carbón o acuarela, salido del estudio pictórico, abierto a sus discípulos a quienes doña Nila iniciaba, y supervisaba después, en esa ocupación liberal donde se expresan en colorido las facultades imaginativas o naturales captaciones del artista.
Doña Nila (la cuarta, de izquierda a derecha, de las que aparecen detrás de la mesa) con algunas de sus alumnas,… que no sé quiénes son.
Foto tomada de la portada del programa de la exposición artística hecha en El Paso con motivo de las fiestas de la Virgen de El Pino durante agosto y septiembre de 1997.
La calidad artística de doña Petronila González Guélmez es interesantísima, por compleja, en el desempeño de sus funciones como productora y profesora. Su instrucción autodidacta, que adquirió en su pueblo de El Paso, la lleva a una posición de superior categoría dentro del escaso número de individuos privilegiados en captar, por intuición, los particulares fenómenos naturales, y en plasmarlos fielmente para recreación de los profanos e inspirados en una amplitud de ideas perceptibles en una mente fiebrosa de agitadas convulsiones artísticas, revelarlas, y exteriorizarlas sensiblemente comprensibles a nosotros, los ignorantes.
El que doña Nila fuera una matrona ejemplar como madre —y raíz de una dinastía de artistas sensitivos, principalmente en el campo de la música— no fue en ella óbice para que se entregara, con una dedicación entrañable, al gran influjo de su pasión educativa. En sus manos hacendosas en los quehaceres domésticos, que nunca desdeñó, se operaba un sortilegio enigmático cuando la mente le dictaba ideas que iban tomando formas de flores o paisajes bajo la sabia disposición de rasgos y manchas impregnados en el lienzo por el sutil pincel que producía una pintura grácil, emotiva y sentimental.
Doña Petronila González Guélmez ha dejado en El Paso una honda huella en la incursión de su polifacético quehacer artístico. La profundidad imaginativa en sus creaciones de dibujos, pinturas, bordados en telas, etc., no ha podido ser marginada por este avasallador esnobismo que estamos padeciendo en todos los órdenes comunes a nuestro vivir contemplativo actual.
Tenía doña Nila la peculiar semblanza de una mujer pensadora y observadora que se manifestaba en una mirada fúlgida y relampagueante, humanizada por las múltiples circunstancias a las que se debía en su condición de esposa, madre, y de artista de amplias concepciones para ejecutar y suministrar enseñaza a los demás.
Si los pueblos se deben en cultura a sus hijos preclaros, El Paso es un caso de significativa deuda con doña Nila y don Pedro, su esposo, amantísimos educadores, y ejemplares guías de sus hijos y de los hijos de tantos y tantos padres pasenses.
De doña Petronila dijo su esposo, en un sentimental poema dedicado a ella:
Mujer, por tu pasión
latir siento en mi pecho
en ansias ya desecho
mi ardiente corazón.
Esto nos hace comprender la sólida armonía conyugal existente en dos seres afines, ejemplares, y la apreciación delicada, sentida, que don Pedro, en su calidad de hombre dimensional, remansaba en su corazón, con rescoldo tibio, hacia su esposa. Rescoldo, calor y aliento correlacionados hasta la plenitud en unas facultades exquisitas, por la esposa amante, por la mujer sensitiva y la artista genial que era doña Petronila González Guélmez.
También yo, en mis calenturientos soliloquios, en arrebatos histéricos de un pensar vacilante, he dicho de doña Nila:
¡Qué profunda sensación
de grandeza en la mirada!
¡Qué sublime emanación
de su fértil pensamiento!¡Qué tangible se nos muestra
sobre su frente nimbada
esa gran clarividencia
de mujer privilegiada!¡Qué pena sea marginado
su prodigioso talento!
Es nuestro deseo —o mi deseo— que este simple escrito sirva para despertar el letargo operante en alguno de mis documentados paisanos, y éste se apreste a una tarea reivindicadora en méritos a personalidades tan egregias como doña Petronila González Guélmez, una más de los Valores Humanos de mi pueblo.
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