DF, basurero cotidiano
En la Ciudad de México se producen 12 000 toneladas diarias de basura.
Sólo se recicla 15 por ciento.
Así luce la calle de Correo Mayor en el Centro Histórico, tras las actividades diarias de comerciantes, colonos y transeúntes.
Foto de Adam Wiseman
Érase una vez, en un callejón al oriente de la Ciudad de México, un letrero del gobierno de la capital, cuya leyenda a nadie amedrentaba: “Se consignará a quien se sorprenda arrojando desperdicios”. Cerros de bolsas malolientes yacían allí, manjar nocturno para las ratas, hasta que un par de vecinos amaneció con una peculiar idea. Acuciosos, asearon la rinconada y plantaron un gran altar a la Virgen de Guadalupe.
Así, frente a la imagen religiosa más arraigada en México, no hubo quien se atreviera a dejar su habitual carga de desechos, y todos optaban por retirarse con ella. El icono religioso pudo hacer más por el medio ambiente que el gobierno. No es el único caso. Decenas de “altares antibasura”, sembrados por la ciudad entera, cumplen su función lo mismo en las zonas opulentas que en las populares. Algo nunca calculado ni por el más creativo ecologista.
Para muchos observadores externos –visitantes de países desarrollados, sobre todo–, la Ciudad de México es el enclave de la basura. En un gran número de lugares, la gente sólo lanza los desechos a la banqueta, dentro de bolsas negras que contienen toda clase de desperdicios mezclados indiscriminadamente en su interior: comida en descomposición, latas, pilas, aparatos eléctricos, teléfonos celulares, pedazos de computadoras, todo. El gobierno de la capital reporta que el total de sus habitantes, 9 millones, produce 12 364 toneladas de residuos sólidos cada 24 horas. Pero de esta cantidad, sólo 14.7 % fue parte de los eslabones de reciclaje –de la casa a los emporios recicladores– en 2007.
Pese a las campañas gubernamentales de la ciudad –impulsadas con el eslogan “No basta con tirarla, hay que separarla”–, una objeción frecuente de la población respecto de la utilidad de separar sus desechos es la falta de camiones duales para dividirlos en orgánicos e inorgánicos, pues la basura se vuelve a revolver en la única bóveda de esos transportes. Para reemplazar la añosa flota actual, el gobierno citadino reconoce necesitar al menos 2500 camiones de recolección con depósito doble. Por ahora, sólo hay 250 y cada uno cuesta 1.2 millones de pesos.
Sin embargo, imponer al ciudadano esfuerzos sin que todo el engranaje ecológico opere no suena descabellado para Jorge Fernández Treviño, director de Transferencia y Disposición final de la basura de la ciudad, quien calcula que, si esa campaña funciona bien, se reciclaría hasta 20 % más.
El hecho es que, hasta hoy, aquí la entraña del reciclaje está en manos de los operadores de camiones recolectores. Desagregan la basura –cuando el ciudadano no lo hace– y son quienes ven volar billetes gordos si los vecinos venden basura inorgánica, algo que poco a poco aprenden a hacer, aun cuando las ganancias por familia son exiguas. Lo mejor pagado es el aluminio, 12 pesos por kilo, seguido del PET (envases plásticos), el cartón (tramposamente mojado para que pese más), el papel, el vidrio y el trapo. Germán de la Garza, delegado de la Benito Juárez –zona capitalina de alto ingreso–, dice que ante la proclividad de los conductores a desviarse de sus rutas para cosechar más ganancias, evalúa insertar un chip en los vehículos para monitorear su paradero. Cada camión es de facto una microempresa, con peones y unos 15 barrenderos por ruta, quienes obtienen alrededor de trescientos pesos de propina diarios en algunas colonias y le pagan unos cien pesos al día al chofer… si no es así, la basura permanecerá en sus tambos.
Todos, sociedad civil y factorías, deben separar los sobrantes en la capital desde 2003, cuando en teoría entró en vigor la “Ley de residuos sólidos”. No obstante, en la práctica, para poder aplicarla se requiere un reglamento, el cual nunca se ha publicado. En él se especificarían las particularidades operativas (quiénes deben separar, modo de hacerlo, días de recolección, horarios, montos de las sanciones, delito en el que se incurre por omisión), sin las cuales tampoco se pueden fijar multas. Aun así, es un cometido del gobierno capitalino implementar esa ley: sobre todo porque el relleno sanitario Bordo Poniente, donde duerme toda la basura citadina, está a 95 % de su capacidad.
Pero las campañas para reciclar no irrumpen con la misma intensidad en toda la urbe, e Iztacalco, una zona de barrios tradicionales al oriente de la Ciudad de México, es un caso ejemplar. Se eligió un área con un alto nivel socio-cultural para iniciar un programa piloto de separación de basura, y Erasto Ensástiga, el delegado, envió a 640 promotores para sensibilizar a la población, casa por casa. En establecimientos y mercados se fijaron pósters, invitando a clasificar los desechos. La capacitación se extendió a las escuelas.
Al programa se adhirió gustoso Francisco Garduño, quien durante 34 años ha recolectado la basura manejando un camión en las calles de Iztacalco. A los 67 años, fue capacitado en el reciclaje; ha resuelto las dudas de decenas de amas de casa sobre las ventajas que tiene separar los desechos sólidos y las ha ayudado a transformar sus hábitos.
“Uno pone su esfuerzo para ayudar a la comunidad. Todos apoyan para crear un barrio más consciente y ecológico”, dice orgulloso. Los vecinos le dispensan un trato familiar. Su rutina es cansada: recorre hasta dos veces su ruta; empieza a las seis de la mañana y termina después de las cuatro de la tarde. Aquí las familias tienen ya sus desperdicios organizados en dos, cuando tañen las campanas de su camión, que lleva una manta donde se explica cómo clasificarlos, pero al carecer de doble depósito, se le ha improvisado un espacio soldado con tubos en el costado derecho para albergar lo orgánico. En las fauces compresoras de atrás se arroja lo inorgánico. El PET viaja arriba en un enorme costal.
Garduño vende lo inorgánico en un tendajo minorista de reciclado –de los 600 que hay en la ciudad–, el cual revende hasta por tonelada a una de las 10 empresas recicladoras de fierro y vidrieras en la capital, o a cartoneras de distintas entidades. Otra parte de la basura de Iztacalco va al Bordo Poniente, donde existe una sección de aprovechamiento de desechos de árboles, en el que se depositan alrededor de doscientas toneladas diarias para hacer composta (un mejorador de suelos).
No me dice cuánto gana por las propinas, pero Garduño luce humilde. Un alto funcionario de la capital asegura que un conductor, sumando salario, venta de material y las propinas dadas por restaurantes y negocios, puede cobrar hasta 60 000 pesos mensuales.
Según los datos de Sustenta, ONG especializada en reciclaje, 97 % del aluminio recogido en la ciudad se exporta a EUA. El PET es comprado en Toluca, o se va a Estados Unidos o a China. La industria papelera Kimberly-Clark adquiere el cartón, al igual que algunas cartoneras más pequeñas. El laminado es comprado por la empresa Repack y la papelera San José. Y el vidrio lo reutiliza la pujante compañía Vitro. Pero no opera en el mercado un sistema de reciclaje para las sustancias más peligrosas y contaminantes, como la acetona, las pinturas y los plaguicidas. El gobierno de la capital no brinda información sobre qué hacer con estos desechos. Y aún son pocas las industrias que clasifican sus desperdicios.
Cientos de camiones recolectores tirarán la basura que no hayan comercializado, en una de las 13 “estaciones de transferencia” controladas por el gobierno capitalino. Y de ahí, 248 tráilers conducirán su carga –tarea que cuesta 525 millones de pesos anuales– a la planta seleccionadora, a unos metros de la última morada, en el relleno sanitario Bordo Poniente, en Texcoco, cerca de la capital. Ahí, las antiguas agrupaciones de “pepenadores” son las que ahora, modernizadas y con apoyo económico del gobierno, separan en las plantas lo reciclable que rescatan de anchas bandas en movimiento. Luego lo comercializarán con empresas. Aunque todo es muy distinto para quienes sobreviven entre moscardones y ratas en los tiraderos del Bordo de Xochiaca, Coacalco y Tultitlán, los tres, colindantes con la capital.
En la Ciudad de México se recicla basura desde hace al menos tres décadas, pero la motivación ha sido económica, no ecológica, lo cual se debe al desempleo y los bajos salarios. Es un gran negocio. Lo ha sido para líderes de pepenadores, para choferes de camión y para el sindicato al que pertenecen, el de trabajadores del gobierno de la ciudad.
Los 6000 barrenderos y 2000 conductores de camiones recolectores y algunos auxiliares cobran, en una de las 16 delegaciones de la capital mexicana, menos de 5000 pesos al mes. Complementan sus ingresos con propinas recogiendo la basura a domicilio y con la venta de cartón, PET, vidrio y aluminio. Es un negocio en expansión. Fuentes del gobierno de la Ciudad de México señalan que en 1970 cada persona desechaba en la capital mexicana 300 gramos de basura al día, pero en 1990, la cantidad creció a 500. En 2000 se incrementó a un kilogramo, y en 2007, a 1.4. De esta cantidad, 40 % son residuos orgánicos y 60 % inorgánicos.
El gobierno de la ciudad asegura que 1500 toneladas de basura se venden a diario entre los puntos de recolección –las casas y negocios– y el Bordo Poniente. Entonces, si cada tonelada genera 1000 pesos, resultan 1.5 millones de pesos diarios. A esto hay que añadir las propinas. Dos y medio millones de domicilios en el Distrito Federal pagan al menos tres pesos diarios para que se retire lo desechado. Esto genera 7.5 millones de pesos; más las propinas pagadas por unos 500 000 comercios. Si se pagan 100 pesos al día, obtenemos 50 millones de pesos diarios. ¿La suma total? 59 millones diarios… fuera de toda pauta fiscal.
Por ello, cuando los vecinos solamente les dan restos orgánicos, en los choferes prevalece cierta inquietud. No obstante, están protegidos por Jesús Vital Flores, el líder del sindicato de la basura del Distrito Federal. “Si el gobierno fomenta la cultura de la separación, la ciudadanía venderá sus residuos y eso afecta la cadena completa establecida hasta el día de hoy”, dice. Vital agrupa alrededor de treinta y cinco mil afiliados y se aceita con un presupuesto de dos millones de pesos anuales, aproximadamente. Si no se negocia con él, reconocen en el gobierno, fracasarían los proyectos y podría enfrentarse un caos higiénico.
–¿Cuál es la postura del sindicato frente a la ley de separación de la basura?– le pregunto.
–Sumarnos– responde.
–¿Y qué ganan ustedes?
–Económicamente, nada. Probablemente el gobierno está hablando de educación ambiental– puntualiza con ironía.
Vital es un férreo defensor de su gremio. Capitalino de 52 años, fue introducido por su hermano en el universo del desperdicio cuando tenía 22, como ayudante de camión. Se arropa con chaqueta de piel oscura y camisa. “La instauración de esa campaña implica mayor gasto de diesel –esto se debe a que los camiones deben pasar primero por la basura orgánica y luego por la inorgánica–, y al menos el doble de bolsas”. Y esta duplicación rema en contrasentido a otro programa del gobierno capitalino, llamado “Minimización de empaques y embalajes”, para productores y comercializadores, en pos de acotar la tendencia actual de industrias, empresas y ciudadanos de envolver todo en plástico.
Pese a haber empezado al menos hace cuatro años la campaña del gobierno capitalino (y las de los municipios) para separar la basura, hoy en día solamente 4 % de los residentes de la Ciudad de México lo hace, aun cuando el reciclaje aquí se vuelve un asunto de supervivencia, según José Sarukhán, investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Los peligros que corren los habitantes de esta urbe incluyen la dispersión y acumulación de basura en una cuenca cerrada. “Esto significa el creciente riesgo de que los lixiviados (líquidos percolados) de esa basura alcancen –como, de hecho, lo están haciendo– a los mantos acuíferos de los que se obtiene 70 % del agua que se consume en el área metropolitana”, dice con preocupación. El científico propone alentar la instalación de industrias de reciclado, y de esta manera, ayudar a consolidar esa cultura en la ciudadanía. Se evitaría la contaminación del agua y arruinar más zonas con rellenos sanitarios masivos.
“No existe en general en el mundo una verdadera cultura de reciclaje. Seguimos usando recursos una vez y después los descartamos. En México estamos quizá un poco peor”, lamenta. En Dinamarca, por ejemplo, cada casa nueva incorpora alrededor de 80 % de materiales reciclados de otras construcciones. Pero aquí, salvo el vidrio, en que se conservan buenos estándares de reciclado, no hay una cultura real de este proceso.
¿Por qué en la ciudad la basura se separa únicamente en dos? Sergio Gazca, de la secretaría de Medio Ambiente opina que “es una forma para que lo entienda tanto un indígena como alguien que tiene un posdoctorado”.
¿Qué ganan, entonces, los ciudadanos al separar su basura, si les representa más trabajo (y espacio para otro bote)? De todos modos, si no lo hacen, lo hará el recolector con los ojos brillando de oro. Arturo Dávila, director de Sustenta, opina que la respuesta es simple: “La basura va más limpia y se recicla hasta 30 % más si el ciudadano separa”. Sabe lo que dice porque su organización obtuvo un premio nacional por el manejo integral de residuos. Dividir nos conviene a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario