¿Podría hablar sobre lo que ocurrió cuando fue a cubrir esta historia?
Comenzamos nuestro reportaje en Chad, que limita con Darfur. Nuestro objetivo era ir a un lugar donde el conflicto más famoso de Sahel aún hacía estragos. Así que nos dirigimos a los campamentos de refugiados en la frontera. Ahí entrevistamos a los refugiados darfurianos que habían huido de un campo de batalla que comparte frontera con Sudán y nos enteramos que habían aldeas cercanas a una o dos horas de camino por la frontera, donde de hecho habían personas que volvían para reocupar sus aledas destruidas. Así que queríamos ir y hablar con esas personas.
La frontera de Chad y Sudán –la frontera de Chad y Darfur– es una zona de fuego libre. Es la tierra de nadie y no hay ningún control sobre ella. Hay rebeldes que vigilan la zona, bandidos que deambulan y rondas ocasionales del Ejército. Es básicamente una zona de conflicto sin fronteras, sin señales, sin vallas. Es el desierto abierto, y es así como durante los últimos cuatro años los periodistas han atravesado la región para cubrir el conflicto de Darfur. Se puede cruzar por el lado del gobierno, pero hay un control, te asignan guardaespaldas que interfieren con tu trabajo y no dan visas. Así que, después de consultar sobre la seguridad, decidimos arriesgarnos y entrar.
Desafortunadamente nos emboscaron. Fuimos capturados por un grupo de militantes aliado con el gobierno central en Jartum. Fuimos llevados como cautivos, nos sujetaron a los arbustos durante tres días. Después nos transfirieron al Ejército sudanés y ahí nos mantuvieron durante otros 9 o 10 días, en un lugar que los sudaneses llaman casa fantasma: una prisión secreta y clandestina ubicada en un pueblo que funciona como fortaleza llamado El-Fasher. No teníamos comunicación con nuestras embajadas, nuestras familias ni con nadie. Nos interrogaron en varias ocasiones. El trato fue severo.
Decidieron que nos juzgarían por espionaje e irrupción en una zona de guerra sin visa, y por la publicación de noticias falsas. En conjunto, todos esos cargos sumaban 22 años de prisión. En ese momento ya habíamos pasado por diferentes prisiones, culminando en nuestra eventual liberación gracias a la intervención de la comunidad periodística. Nuestros colegas nos apoyaron. Éramos mi traductor, Daoud Hari, el conductor, Idriss Anu, y yo. Así que, después de 34 días de reclutamiento, finalmente fuimos liberados debido a la presión exterior de nuestros colegas y también debido a la intervención del gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, quien negoció nuestra liberación. Pienso que los tres –Idriss, Daoud y yo– estamos realmente agradecidos con nuestros compañeros periodistas de National Geographic y The Chicago Tribune por apoyarnos
¿Cómo negoció la terrible situación de ser mantenido como cautivo?
Tuve la maravillosa fortuna de tener a un sudanés y a un chadiano como colegas: mi traductor Daoud y mi conductor Idriss. Entre los 3 fuimos capaces de figurar un plan durante los momentos en lo que podíamos hablar, porque me mantuvieron aislado durante un tiempo. Pero cuando podíamos vernos, cuando coincidíamos para lavarnos los dientes en la cárcel, podíamos susurrar “hagamos esto” y así acordamos tener un frente unido. Creo que sin ese frente unido el desenlace hubiera sido diferente. Usamos todas nuestras fuerzas, así fuera el innato sentido común de saber cómo burlar a ciertos guardias en la prisión o los vínculos de un clan, o el hecho de que tenía conexiones en los Estados Unidos. Todas esas cosas ayudaron para que nos rescataran. Eso y mi maravillosa esposa Linda. Mi consejo para todos los prisioneros eventuales es que tengan una persona a quien amar. Eso ayuda para mantenerse con vida.
¿Qué pasa por su mente cuando le preguntan sobre esta experiencia?
Me han preguntado mucho acerca de esta experiencia y lo que debo decirle a los lectores, colegas y amigos, es que lo que viví palidece en comparación a lo que la gente de Darfur vive cada día cuando despierta. De alguna manera la experiencia nos hizo verdaderos sahelianos durante 34 días. Penetramos la burbuja de ser periodistas-observadores y de pronto nos convertimos en los actores de nuestra propia historia. Viendo el lado positivo, tal vez nos dio un poco más de comprensión sobre la situación apremiante que vive la gente del Sahel que de otra forma no hubiéramos tenido.
Como dice, se convirtió en un verdadero saheliano por 34 días. Dado a esta experiencia, ¿cómo cree que la gente en estas zonas de guerra subsiste en un estado constante de miedo e incertidumbre?
Creo que la respuesta es simplemente porque no hay alternativa. Sobreviven. Y esto revela que somos fuertes, como especie somos fuertes. Los hombres, las mujeres y los niños, con frecuencia superan esas experiencias asustados, pero de alguna forma siendo más fuertes. Ellos utilizan músculos que todos tenemos, pero quienes vivimos en los rincones pacíficos del mundo ni siquiera nos percatamos de que los tenemos y rara vez los usamos. Pero esos músculos están ahí, y si esto hubiera ocurrido en Norteamérica, o si pasara como ocurrió en Europa hace no muchos años, la gente sobreviviría en medio del horror. Pienso que ésa es una buena enseñanza.
Siendo un periodista que cubre conflictos en varias partes del mundo, ¿qué tan común es el peligro de ser capturado o asesinado?
Ocurre todo el tiempo y va en aumento. Anteriormente, en la Segunda Guerra Mundial o incluso en la Guerra de Vietnam, había un contrato social entre los corresponsales de guerra y los combatientes. El contrato era éste: Les diremos su parte de la historia siempre y cuando no nos maten. En la última década ese contrato ha sido disuelto y ahora, sin importar qué rol jugamos en términos de difundir la información, somos vistos como enemigos por determinados sectores de la sociedad. Así que ahora somos un blanco.
En realidad, esto comenzó durante la Guerra de los Balcanes, la cual cubrí. Ahí hubo una gran pérdida de vidas entre los cuerpos de la prensa, en donde si un francotirador tenía que elegir entre un periodista y un soldado parados frente a él, mataría al periodista. Eso es un hecho. Hoy en día, si vas a cubrir conflictos –especialmente conflictos en zonas donde no existen los reporteros, donde la zona de guerra se traslada y no hay línea del frente– tienes que estar preparado para ser absorbido por la violencia. Me atrevería a decir que realizar el trabajo hoy es mucho más difícil de lo que tal vez fue para las generaciones previas de corresponsales de guerra. El desenlace es impredecible y ya no es posible entrar como un observador neutral, reportar lo que está ocurriendo y después marcharte. Eres un blanco de tiro.
¿Por qué colocarse en riesgo, dado el aumento del nivel de peligro?
El riesgo de peligro al cubrir una guerra es el riesgo de ser capturado, herido o asesinado –como un soldado o como un combatiente– y tiene un efecto muy interesante
que aclara las razones por las que se hace lo que se hace. Uno debe preguntarse: “¿Por qué estoy haciendo esto?”
Mi respuesta es doble. Es para la gente de la que escribo cuyas historias no son publicadas, es para dar testimonio sobre los rincones más obscuros que el resto del mundo, por diversas razones, elige apartar de su mirada . También lo hago por mis lectores, para ser el vehículo que transmite esa información de la forma más objetiva que sea posible. No soy un activista, soy un periodista, un reportero. Cuando hablo sobre una causa y alguien más se convierte en activista, eso me pone incluso en más peligro. Así que la única pizca, lo único que me encubre, es la pequeña reivindicación de que seré neutral con el hombre cuyo dedo se encuentra sobre el gatillo.
Así que lo hago por mis lectores y lo hago por mis fuentes, quienes en ambos extremos es gente común y corriente. No escribo para quienes determinan la política. No escribo para la gente de Washington. Escribo para los plomeros de Indiana y los profesores en California, para el sujeto que camina por las calles. Y ese es el tipo de personas sobre las que escribo. No reporto sobre los políticos, los reyes y los presidentes. Escribo sobre la gente que vive en chozas, casas o campos de ocupantes ilegales, o que tiene un estilo de vida común en África; gente que con frecuencia es bastante pobre, pero en otros tantos niveles es muy, muy rica. A veces, cuando voy a la aldea de un pescador en Nigeria, auque económicamente sea muy pobre, su familia es maravillosa y es nuestra tarea trasmitir todo eso completamente y no sólo enfocarnos en lo malo.
Regresó a Sahel en cuanto fue liberado para terminar de cubrir la historia. ¿Cómo se sentía tras su regreso?
Creo que volver fue bueno por dos razones. Si no hubiera regresado, la personas que querían mantener la historia fuera de las noticias –quienes nos mandaron a Daoud, Idriss y a mí, a prisión– de alguna forma hubieran ganado, ¿no es así? No quería renunciar a ese poder, así que volví para cumplir con mi misión, que era contar la historia de la forma más honesta posible sobre la gente del Sahel, quienes con frecuencia son retratados muy superficialmente, como víctimas indefensas constantemente azotadas por el clima, la hambruna y la guerra. A lo que quiero llegar con esta historia es que ellos son extraordinarios, inteligentes y sagaces sobrevivientes, que pueden darnos una lección sobre cómo superar los malos tiempos. Así que no tenía dudas, incluso cuando estuve en prisión, de que volvería. Volvería y le dije a mis capturadotes sudaneses que lo haría.
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