Usualmente trabaja en países que están en conflicto o en guerra. ¿Cómo fue cubrir la historia acerca de Bután?
De hecho, fue mucho más difícil que informar acerca de una guerra. He pasado los últimos siete años cubriendo las guerras de Afganistán, la República Democrática del Congo, Líbano e Irak. También voy a Darfur una vez al año. Ésta fue una de las primeras tareas en las que nadie intentaba matarme. En una zona de guerra existe tensión, por lo que uno funciona bajo el efecto de la adrenalina y la pasión de reportar lo que está ocurriendo. En Bután fue completamente diferente. Toda la filosofía de Bután es la Felicidad Interna Bruta (FIB). Es un país muy pacífico, y la gente es muy tradicional. No es como si las cosas estuvieran desplegándose ante sus ojos cada día, en cambio, toda mi energía estaba enfocada en encontrar la manera de transmitir una cultura, al buscar luz y la belleza de las cosas.
¿Disfruto su tarea?
Sí, la disfruté. Tardé tres semanas en comprender qué era lo que estaba pasando. Pero estuve ahí siete semanas, y siento que siete semanas es bastante tiempo.
Bután es un país budista. ¿Se mostraron accesibles los monjes para ser fotografiados?
De hecho, es muy fácil tomarles fotos –son risueños y felices, y lucen hermosos en sus túnicas. Lo más complicado fue no poder tomar fotografías dentro de los monasterios. Eso fue lo más difícil en Bután. El budismo es parte de la sociedad, por lo que no es posible fotografiar los altares.
¿No hubieron excepciones para esa regla?
El gobierno es sumamente estricto con respecto a eso. No les importó que fuera fotógrafa de Nacional Geographic. Tienen sus razones: durante años los turistas y extranjeros fotografiaron los altares, y ellos piensan que muchas de las fotos pueden ser desechadas. Pero desechar la imagen de un altar, además de ser un sacrilegio, es una ofensa extrema. Pude fotografiar los alrededores de los monasterios, las habitaciones con lámparas de mantequilla que son encendidas por la mañana.
¿Hubieron otros lugares que no pudo fotografiar?
En cuanto llegué le pedí a mi traductor que me mostrara los rituales y ceremonias, como una boda o un funeral; algo con lo que he trabajado y a lo que he tenido acceso en otros países durante los últimos doce años. Pero me dijo que no era posible. Para él era incomprensible llevar a un fotógrafo a un funeral. No están acostumbrados a que sus vidas sean documentadas. Los butanenses son resistentes. Están muy orgullosos de ello y, si no desean hacer algo, simplemente no lo harán.
¿Qué hay de la gente de Bután, se mostraron accesibles para ser fotografiados?
La cultura es muy diferente en comparación a los lugares donde usualmente trabajo. En el Oriente Medio la gente lo invita a almorzar sólo por ser extranjero. Bután no es así. Es un lugar muy cerrado, aunque la gente es increíblemente hospitalaria y cálida. No me invitaron, pero yo me acercaba a las casas y la mayoría de las personas me daba la bienvenida, eso nunca fue un problema. En una casa habían dos pequeñas –tal vez de 7 y 10 años– y su madre estaba trabajado en el campo. Me acerqué a la casa y saludé. Una de las niñas me miró y comenzó a llorar porque nunca antes había visto a un extranjero. Estaba tan confundida. No pude fotografiarlas. Volví al día siguiente y la madre estaba ahí. Me parece que el padre había salido a hacer las compras, lo cual toma un par de días, dado a que el camino más cercano se encuentra a seis horas de distancia.
¿Entonces realizó muchas caminatas?
Caminé mucho. Lo complicado de Bután es que sólo hay un camino para ir del este al oeste. Al manejar a lo largo del camino puede verse una aldea. Parece estar cerca pero al final resulta ser una caminata de tres horas cuesta arriba. Crucé el país junto con mi conductor y mi traductor. Brook Larmer (el escritor) y yo, hicimos una caminata de cinco días en el bosque nacional. Contratamos a algunos aldeanos para que nos ayudaran a cargar nuestras cosas. Caminamos seis horas por día.
¿Tuvo alguna experiencia inusual en Bután?
Los butanenses son muy liberales sexualmente, y yo había pasado los últimos siete años en un ambiente musulmán que es completamente distinto. En Bután están obsesionados con el falo, pues creen que éste combate a los espíritus malignos. Las imágenes de los flos están pintadas en muchas casas de Bután. Fui a una aldea en la que se realiza un festival que dura cinco días, y pasé mucho tiempo fotografiando a un bufón, quien era el maestro de ceremonias. Corría por todas partes con un largo falo de madera con el que pinchaba a las personas. Se trataba de transmitir la buena voluntad. Cuando volví a esa aldea, durante mi segundo viaje, el bufón me reconoció y fue a buscarme a una casa en la que estaba tomando té para darme un regalo envuelto en papel periódico, que abrí hasta volver a mi habitación. Era un enorme champiñón con forma de falo. Simplemente me reí. Después llamé a mi madre y a mi hermana para contarles acerca de lo ocurrido. ¡Definitivamente nunca antes había recibido un regalo así!
¿Alguna otra experiencia que destaque?
En una de las últimas dos noches que pasé en Bután me sentía exhausta –me había levantado a las 4 de la mañana y había estado filmando durante todo el día–, estaba en la parte este del país, la cual no está tan desarrollada como la parte oeste, y mi hotel no era nada atractivo. Cuando volví para cambiarme, me puse unos shorts y una camiseta sin mangas. Estaba por ir a la cama cuando de pronto vi una enorme cucaracha de cinco centímetros en una esquina de la habitación. Pensé: “¿Qué hago? No puedo pedir ayuda vestida de esta manera”. Después apareció otra. Ahora eran dos y estaban volando. Comencé a gritar para que mi traductor viniera enseguida. Ahí estaba yo, parada sobre la cama con mis shorts y mi camiseta gritando ayuda, las cucarachas volando por toda la habitación y el traductor corriendo por toda la habitación con un periódico tratando de atraparlas. No iba a matarlas porque él es budista. El hecho de que él no matara siquiera a una cucaracha dice mucho de Bután.
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