Pizza de pedigrí
Foto de Rebecca Hale
Existe la pizza, y existe la Pizza Napoletana. Ambas, según los conocedores, tienen tanto en común como un Burdeos premier cru y el vino barato en botellas con tapa de rosca. Muy pronto, la pizza napolitana ingresará al panteón de los comestibles certificados por la Unión Europea, como el jamón serrano español y el queso azul inglés Stilton. Advertencia: es más tardado leer las especificaciones de la UE para la pizza napolitana que cocinar una. Para portar el sello de Especialidad Tradicional Garantizada, no debe rebasar los 35 centímetros de diámetro, la corteza no debe exceder de dos centímetros de grosor; los ingredientes deben incluir harina tipo 00 y hasta 100 gramos de tomate (preferentemente de la variedad marzano), aplicados con un movimiento en espiral. La palabra “pizza” aparece por primera vez en un manuscrito de 997 d. C. proveniente de Gaeta, un pueblo en el sur de Italia. Un milenio después, en 1997, un grupo de separatistas militantes del norte de Italia intentaron boicotear la pizza, icono de su némesis del sur, a lo que los napolitanos respondieron: “Déjenlos comer polenta”, refiriéndose a la papilla de maíz apreciada en el norte, que genera mayores riquezas, pero que es pobre en términos culinarios. Si tan sólo Nápoles hubiera patentado la pizza, como observó el escritor de gastronomía Burton Anderson, “sería una de las ciudades más ricas de Italia, en vez de una de las más pobres”. —Cathy Newman
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