domingo, 30 de noviembre de 2008

EN EL VORTICE

En el vórtice




Escrito por: Jennifer S. Holland

Inicia la cacería. A 80 kilómetros al noreste de Isla Mujeres, en el Golfo de México, los peces vela merodean las aguas.

En el vórtice: peces vela en el Golfo de México, National Geographic
Este pez vela se zambulle de nuevo en el agua después de haber saltado a la superficie para perseguir y atrapar una sardina solitaria que se separó de su cardumen. Mientras las presas estén en libertad, pronto el depresador regresará al remolino.
Foto de Paul Nicklen

Las fragatas cruzan sobre el mar y se zambullen para atrapar comida. Anthony Mendillo, guía de pesca deportiva y experto en seguir al pez vela, las utiliza como guía y conduce el Keen M hacia ellas. Seguramente bajo las aves hay un cardumen de sardinas que se mueve como si fuera un solo pez. Docenas de sombras alargadas orbitan la esfera de peces desesperados: los cazadores.

Los peces vela y las sardinas son migratorios y sus poblaciones se distribuyen ampliamente en diversos océanos, pero de enero a junio los Istiophorus platypterus y las Sardinella aurita se encuentran de pez a pez en este trecho del mar. Tanto para el depredador como para su presa, la plataforma continental constituye el hábitat perfecto. Las aguas poco profundas, ricas en plancton, nutridas por los ríos que drenan las masas continentales y las corrientes oceánicas entre Cuba y Yucatán prometen comida abundante.

La cacería parece casi mamífera. Los peces vela, que suelen viajar en grupos separados, unen sus fuerzas. Circundan a sus presas, obligando a que el cardumen se compacte más y tomando algunos bocados de vez en cuando. Cada ataque se acentúa con un asombroso destello de la aleta dorsal, que mide más del doble del perfil del cazador.

Un centelleo iridiscente, a menudo en franjas azul plateado, enfatiza el efecto. Las células pigmentadas de un color oscuro, llamadas melanóforas son “como persianas –explica Kerstin Fritsches, neurobióloga de la Universidad de Queensland, en Australia. Por lo general, el animal luce opaco, pero– bajo presión o excitación, las células contraen sus pigmentos para dejar al descubierto los colores metálicos bajo la piel”. Esto puede servir no sólo para desorientar a la presa sino para que otros peces vela se mantengan alejados, lo que ayuda a evitar colisiones. “Dadas sus narices puntiagudas y la velocidad a la que nadan, esto es muy importante”, afirma. De hecho, su pico –una prolongación de la mandíbula superior con la que abaten a sus presas y se defienden de tiburones, marlines y otros enemigos– es afilado como un cuchillo. Aún así, pese a sus rápidos ataques, no se suele escuchar que se ensarten entre ellos.

Los peces se turnan y, al parecer, ninguno ha perdido un ojo o se ha quedado con hambre.

Las sardinas también trabajan de manera concertada. Al detectar la cercanía y el movimiento de una congénere, cambian de manera sincronizada. La masa de peces se desliza como una gota de mercurio, hipnóticamente, con destellos que quizá sirven para confundir a sus depredadores.

Sin embargo, no hay danza que pueda proteger totalmente a las sardinas, que se esconden en el hervidero de su propia masa bajo cualquier cosa que flote, incluso un nadador. Los peces vela sólo esperan para atacar cuando la presa se exponga. En poco tiempo la cacería se reanuda. Después de una segunda vuelta para devorar lo que haya quedado, el juego mortal termina y los peces vela se retiran. Quedan flotando algunas brillantes escamas de sardina que se hunden en el mar.

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Nacido en Canadá, Paul Nicklen ha fotografiado a las focas leopardo y otros poderosos cazadores oceánicos.

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