Lamer veneno
Clark olisquea para detectar toxinas antes de lamer; una rana dardo venenosa en estado salvaje sería demasiado potente para una prueba degustativa. Este espécimen criado en cautiverio come diferentes alimentos, lo cual lo hace seguro para probar.
Foto de Rebecca Hale
Los métodos de investigación de Valerie C. Clark pueden parecer extraños. Cuando ve una rana, la atrapa. Luego la huele. Luego la lame. Todo esto le ayuda a conocer a su sujeto rápidamente. “Tal vez algún día encuentre a mi príncipe”, bromea. Clark, química bióloga, estudia las secreciones de los anfibios y su toxicidad, y recientemente se ha concentrado en ranas de Madagascar que rezuman alcaloides de las glándulas de su piel. Las ranas, dice, no elaboran los alcaloides; los adquieren al consumir presas que los contienen. Pero sí dependen de ellos para sobrevivir: el veneno en los alcaloides es lo que hace que las ranas resulten desagradables a los depredadores.
En Madagascar descubrió que entre más prístina la región, más tóxicas las ranas, quizá debido a que tienen a su disposición una mayor variedad de hormigas, miriópodos y ácaros ricos en alcaloides en las zonas intactas en relación con los hábitats afectados. Esto sugiere también que las ranas que viven en sitios con mayor biodiversidad tienen una mayor oportunidad de sobrevivir que sus primas menos afortunadas, en lo que a su geografía se refiere, las cuales quizá tengan que aprender nuevos trucos para defenderse conforme se vuelven menos tóxicas y más apetitosas. “Todo es cuestión de sabor –asegura Clark–. Si tu sabor no es desagradable, alguien habrá de comerte”.
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