La hora de la verdad para Borneo
Las majestuosas selvas están desapareciendo entre humo y serrín, pero aún hay esperanza para la célebre biodiversidad de la isla, si se logra reducir la demanda de aceite de palma.
Las selvas nativas aún florecen en el Área de Conservación del Valle Danum en Malasia, donde las lianas reptan hacia el cielo y se entrelazan con los árboles dipterocarpos que se elevan hasta 70 metros. Dividida entre Malasia, Indonesia y Brunei, la isla de Borneo es hogar de al menos 15 000 especies conocidas de plantas.
Foto de Mattias Klum
En primer lugar, permítanme contarles sobre el Borneo de sus sueños.
La selva tropical despierta antes del amanecer con los gritos enloquecidos de los gibones, los despertadores de la selva tropical. Amantes y rivales se cortejan y advierten de su presencia a los otros, desde lo alto de los árboles, en un urgente lenguaje de monos que yo, como habitante terrestre, puedo sólo adivinar.
Mi campamento está junto a un sendero a lo largo de un riachuelo que se interna en la selva pasando árboles cuyas ramas empiezan a brotar más allá de los 30 metros de altura. Cuando la luz solar logra pasar y hacer visible su débil presencia a través de las copas, un macaco de cola larga camina a un lado del arroyo, con la esperanza de desayunar rana o pescado. Cuando el mono desaparece, un par de mangostas de cola corta bajan por la ribera del río, aparentemente más interesadas en jugar que en la comida.
En un claro, un par de cálaos rinoceronte vuelan hacia un árbol frutal con ruidosos movimientos de alas y se empiezan a alimentar. Son prácticamente negros, del tamaño de un pavo, con ornamentos rojos y amarillos sobre sus picos que brillan bajo el sol. Los pájaros opacan todo lo demás en el bosque hasta que una forma del tamaño de una mano pasa volando, sus alas como terciopelo negro, con acentos carmesí y verde eléctrico, colores tan extraordinarios como su nombre: mariposa alas de pájaro de Brooke. Tiene casi 18 centímetros de envergadura y es una de las más grandes del mundo. Si el cálao rinoceronte no fuese suficiente para quitarnos el aliento, o si la llamativa mariposa de Brooke tampoco lo hiciera, tal vez sería hora de confirmar si todavía tenemos pulso.
Más tarde, abordo un pequeño bote y bajamos por un amplio río llamado Kinabatangan, después por un canal lateral del ancho de un callejón. Un conjunto de monos narigudos subía por las ramas sobre nuestras cabezas, camino a lo alto de los árboles, el sitio donde pasarían la noche, al lado del río. El macho de descomunal barriga, con su ridícula nariz enorme que cuelga de su cara como una fruta madura, es tan feo que resulta entrañable. Vigila a un grupo de hembras de nariz puntiaguda; la mayoría amamanta a sus pequeñas crías en brazos. Los langures plateados nos observan desde lo alto y un cerdo barbudo nos mira pasar. Un varano acuático de dos metros de largo cae al agua.
Un elefante pigmeo de Borneo entra en el río y nada frente al bote, resoplando como una ballena. Ya veo a dónde va: una manada de unos 30 animales, un macho de largos colmillos, varias hembras adultas y sus crías, están comiendo junto al río.
Estamos en el mítico Borneo, la isla tropical por antonomasia. Y todo es tan maravilloso como nos lo imaginamos. Pero si se quiere conocer el Borneo real, el de la primera década del siglo XXI, sería bueno ser el águila culebrera chiíla subida en un árbol contiguo al río. Entonces podríamos volar sobre el Kinabatangan y ver la velocidad a la cual el bosque tropical desaparece para dar lugar a hilera tras hilera de palmas de aceite extendiéndose por kilómetros en todas direcciones. Las plantaciones frondosas y verdes le dan una belleza exótica al paisaje, pero para la incomparable biodiversidad de Borneo representan una muerte inexorable.
Localizada entre los mares del Sur de China y de Java, bisecada por el Ecuador, la isla de Borneo tiene una historia de explotación, otros dirían “saqueo”, a manos de una serie de diferentes culturas del mundo.
Los comerciantes chinos llegaron por el cuerno de rinoceronte, la madera aromática llamada gaharu y los nidos de pájaros para la sopa. Después, comerciantes musulmanes y portugueses se les unieron para exportar pimienta y oro. Gran Bretaña y los Países Bajos controlaron la isla durante el periodo colonial, en el siglo XIXy principios del XX, cuando la industria de la tala empezó a explotar la selva de maderas preciosas que cubría la isla. La actual división política de Borneo –las tres cuartas partes al sur pertenecen a Indonesia, la mayor parte del resto a Malasia, y pequeñas regiones que conforman Brunei– es reflejo de las alianzas de la era colonial británica y holandesa, que terminó con la independencia después de la Segunda Guerra Mundial.
En décadas recientes, compañías de Europa, Estados Unidos y Australia han hallado abundante petróleo y gas natural, así como importantes depósitos de carbón. Podemos encontrar mansiones desde Amsterdam hasta Melbourne, de Singapur a Houston, levantadas a partir de las riquezas de Borneo. Estas construcciones también se pueden ver en Yakarta y Kuala Lumpur, porque Indonesia y Malasia, o su élite política y económica, han sido los mayores saqueadores de la isla.
Esta también cuenta con otro tipo de riquezas que atrajeron a personalidades como el gran naturalista Alfred Russel Wallace, quien pasó tiempo en este lugar a mediados del siglo XIX. Wallace recolectó más de 1000 especies nuevas para la ciencia, incluyendo la mariposa de Brooke.
Borneo tiene más de 15 000 especies conocidas de plantas, incluyendo más de 2 500 especies de orquídeas. Las selvas lluviosas tropicales de tierras bajas del sureste de Asia, incluyendo la de Borneo, son las selvas tropicales más altas del mundo, y podrían tener más de 240 especies de árboles en un sitio de 1.5 hectáreas. Borneo también es el hogar de la flor, la orquídea, las plantas carnívoras y la mariposa nocturna más grandes del mundo. La estructura de múltiples niveles de la selva tropical de Borneo proporciona un hogar al mayor conjunto de animales planeadores del planeta. Además de varias especies de ardillas voladoras, hay lagartijas voladoras, colugos voladores, ranas voladoras y, la pesadilla de más de uno, serpientes voladoras.
Los osos malayos y los leopardos nebulosos de Borneo recorren estas selvas mientras un par de especies de gibones y ocho especies de monos viven en los árboles. Unos 1 000 elefantes han logrado sobrevivir en un rincón de la isla, en su mayoría en el lado del estado malayo de Sabah, donde el río Kinabatangan llega al Mar de Sulu. Los rinocerontes apenas se han logrado salvar de la extinción, quedan menos de 50. Pero un animal más carismático, el orangután, es el que se ha convertido en el símbolo de Borneo. Sus ojos expresivos adornan la papelería y las solicitudes de fondos a grupos de conservación de todo el mundo. Si se considera la inigualable biodiversidad de esta isla, que comprende desde orangutanes y rinocerontes, hasta musgos diminutos y escarabajos aún no descubiertos, y la velocidad a la cual se están destruyendo las selvas, Borneo probablemente sea de los lugares que requieren con mayor urgencia de una estrategia de conservación.
Desde una perspectiva satelital, la amenaza de la deforestación inminente parecería una exageración. La mitad de la isla sigue cubierta de árboles y las tierras altas del interior tienen cientos de kilómetros cuadrados de selvas vírgenes donde nadie entra, salvo los cazadores locales, los furtivos y los recolectores de gaharu.
Pero la realidad es completamente diferente, y cada vez más grave, para las selvas tropicales de tierras bajas, el hábitat principal de la mayor parte de la biodiversidad de Borneo, incluyendo a los orangutanes y los elefantes. Durante las últimas dos décadas, unos 8 000 kilómetros cuadrados se talaron anualmente. En 2001, un estudio de la revista Science, llamado “¿El fin de los bosques tropicales de Borneo?”, citó un estudio que predecía que los bosques del Borneo indonesio estarían destruidos para 2010. A pesar de que las intervenciones del gobierno han mitigado la tala ilegal y las exportaciones, la fecha de este fatal pronóstico simplemente se ha pospuesto.
Existen otros factores que podrían volver a acelerar la destrucción. En los últimos 20 años, se han plantado enormes superficies de palma de aceite en todo Borneo para cubrir la demanda del versátil (y lucrativo) aceite derivado de su fruto. El aceite se usa para la cocina y en cosméticos, jabón, postres y una lista aparentemente interminable de productos, incluyendo biocombustible. Indonesia y Malasia son responsables de la producción de 86 % del aceite de palma del mundo. Las condiciones de cultivo son perfectas en Borneo para este oro verde. A pesar de que los conservacionistas alertaron sobre la contribución del aceite de palma a la deforestación global y solicitaron boicotear los productos que lo contienen, Indonesia se ha convertido en el primer productor en el mundo, con 60 000 kilómetros cuadrados de cultivos, cifra que podría duplicarse para 2020.
Si no fuese suficiente con el monocultivo de la palma de aceite, existe en Borneo otro recurso que combina la ganancia económica con el peligro ambiental: la materia vegetal de 300 millones de años de edad y que está bajo la superficie, transformada en carbón. Las minas superficiales, de oro y de carbón, se extienden en el sur y este de Borneo como cicatrices, desplazando el bosque y contaminando los ríos con sus desechos.
En un mundo con conciencia reciente de los peligros del cambio climático, Borneo se ha ganado la atención global por otra razón: un ecosistema especializado llamado turbera que cubre alrededor de 11% de la isla. Aquí, los árboles crecen en suelos altamente orgánicos compuestos por siglos de acumulación de material anegado. A veces, el terreno alcanza una profundidad de 20 metros y representa una fuente masiva de la reserva de carbón en el mundo. Si este ecosistema fuese despojado de sus árboles, la turbera tropical se descompondría y liberaría su carbono a la atmósfera y, ya seca sería muy susceptible a quemarse, ya sea intencional o accidentalmente. Las quemas masivas anuales que se llevan a cabo de manera deliberada para limpiar tierras para nuevos plantíos de palma de aceite, exacerbados por las frecuentes sequías, han ardido fuera de control y llenan los cielos de Borneo de humo, causando el cierre de aeropuertos y problemas respiratorios para millones de personas, afectando incluso a la población del Asia continental. El carbón que es emitido por esos suelos, incendios y deforestación ha hecho que Indonesia ocupe el tercer lugar entre las naciones con mayor emisión de gases de efecto invernadero, después de China y Estados Unidos.
El tiempo se acaba para las selvas tropicales de Borneo. Los modelos convencionales proporcionan poca esperanza. Designar grandes áreas como parques o reservas, lo cual es una práctica común en EUA y otros países, ha sido poco eficiente, al menos en la parte indonesia de la isla, ya además de la corrupción gubernamental existente, se carece de fondos adecuados y del apoyo de los residentes locales, . Pero muchos conservacionistas opinan que la tala, vista muchas veces como el anatema de la vida silvestre, podría, si se practica de forma sustentable, ayudar a proteger una porción significativa de la biodiversidad de la isla.
“La selva tropical virgen ya es un concepto muerto en Borneo –afirma Glen Reynolds, investigador a cargo del Danum Valley Field Center, en Sabah–. Todas las áreas principales de selvas tropicales de tierras bajas que se podían conservar ya están protegidas. Es difícil, pero ahora lo que se tiene que hacer es convencer a la gente de que lo que consideramos un bosque degradado puede sustentar la biodiversidad”.
Este mensaje es complejo pero claro. Para proteger las selvas de Borneo y su vida silvestre se tendrán que replantear las viejas ideas y se deberán aceptar nuevas verdades y adoptar nuevos modelos de conservación. Debido a las grandes cantidades de carbono almacenadas en las plantas y suelos, la mejor opción para el futuro de Borneo podría encontrarse no en el atractivo emocional del rostro del orangután, sino en los datos duros sobre cambio climático y nuestra propia determinación y capacidad para protegernos del desastre.
Del lado opuesto a Sabah, en la provincia indonesia de Kalimantan Occidental, una angosta carretera se aleja de Pontianak, una ciudad cerca del Mar de la China Meridional. Plagado de camiones y motocicletas, el camino pasa junto a tiendas de madera y casas en pequeños poblados separados por plantíos de arroz. La cosecha acaba de empezar y se puede ver a los pobladores golpeando los hatos cosechados contra rejillas de madera o lanzando el grano al aire para que el viento se lleve las cáscaras. Hay pocos rastros de los bosques que alguna vez estuvieron aquí.
Voy viajando con Dessy Ratnasari, una científica cuyo rostro alegre está enmarcado por una mascada azul pálido. Nuestro chofer, Harun, quien al igual que muchos indonesios usa sólo un nombre, habla mientras pasamos al lado de grandes edificios rodeados de hierba.
“En este aserradero trabajó Harun–traduce Ratnasari–. Quebró porque ya no había árboles que talar. Tenía 1 300 trabajadores y una nómina de 800 millones de rupias mensuales”. Esto equivale a unos 90 000 dólares. En los siguientes dos kilómetros, pasamos dos aserraderos cerrados.
“Había varias compañías grandes y algunos molinos más pequeños alrededor de Pontianak –agrega Harun–. Ahora sólo queda una compañía grande en operación”.
¿Cómo desapareció una tercera parte de la selva tropical de Borneo entre 1985 y 2005? Una respuesta directa, aunque quizá un poco simplificada, puede encontrarse en las siglas que los indonesios utilizan para explicar muchos de los problemas que aquejan a su nación: KKN, para korupsi, kolusi, nepotisme (corrupción, colusión, nepotismo). Durante la presidencia de 32 años de Suharto, hasta que este fue forzado a dejar el poder en 1998, los bosques de Indonesia se encontraban entre los muchos recursos que administraba como si fuesen su propiedad, de su familia y de oficiales militares que lo ayudaban a mantenerse en su puesto. Desde que se fue Suharto, el poder político se ha descentralizado y las decisiones sobre los recursos naturales se han vuelto más localizadas. Desafortunadamente, con demasiada frecuencia el resultado es lo que un conservacionista llama “la democratización de la corrupción”.
Los funcionarios locales, que vieron cómo Suharto y compañía saqueaban el país durante décadas, empezaron a ver por ellos mismos. Muchos gobernadores de provincias, bupati de distrito (regentes) y policías aceptaban sobornos de las compañías madereras para conceder permisos de tala en selvas protegidas y de taladores ilegales para hacer caso omiso de las intrusiones en los parques nacionales, y de compañías de aceite de palma para permitir la tala y quema de bosques. La jurisdicción y tenencia de la tierra eran muy confusas, lo cual empeoraba la situación.
Del otro lado de la frontera, en el Borneo de Malasia, el estado de Sarawak lleva 27 años bajo el control del Ministro en Jefe Abdul Taib Mahmud, cuya administración es reconocida por muchos como dictatorial y corrupta. La tala sin control ha disminuido de tal manera las selvas de Sarawak que la mayoría de los conservacionistas que trabajan para salvar la biodiversidad de Borneo se han dado por vencidos en esta zona y han optado por trabajar en otros lugares de la isla. Tras saquear los bosques, Sarawak concentra su atención en las grandes áreas de turbera de la costa, convirtiéndolos rápidamente en zonas para el cultivo de la palma de aceite, a pesar de las preocupaciones de los ambientalistas sobre emisiones de carbono.
El mundo natural tiene una mejor suerte en Sabah, el estado malayo al norte de Borneo. Pese a que los plantíos de palma de aceite han prosperado en este lugar, más de la mitad de Sabah sigue forestada. Mucha de la selva ha sido talada y cada vez se convierten más hectáreas en plantíos de árboles comerciales, pero Sabah tiene uno de los mejores ejemplos de selva lluviosa de calidad: Las Áreas de Conservación del Valle Danum y la cuenca de Maliau (la nación de Brunei tiene tanto dinero del petróleo que no ha tenido necesidad de explotar sus selvas. Tiene algunas de las selvas tropicales en mejores condiciones de Borneo, pero dado que ocupa sólo 1% del territorio de la isla, su contribución no es representativa en el esquema general de conservación).
“Buen gobierno” es una frase burocrática que los diplomáticos y organizaciones no gubernamentales utilizan con frecuencia en Malasia e Indonesia. En otras palabras, lo que quieren decir es que los políticos y sus secuaces deberían sacar las manos de los bolsillos de la población empobrecida y abrir las acciones del gobierno al escrutinio público y al debate libre. Todos los que trabajan en la conservación en Borneo están de acuerdo con que no servirán los esfuerzos en forma de leyes o reglamentos, parques o áreas protegidas, si no se tiene un buen gobierno.
“El gobierno es casi todo, en el sentido de que si no logramos que la situación sea la correcta, nada importa”, dice Frances Seymour del Center for International Forestry Research (CIFOR), una organización internacional con base en Indonesia comprometida con la conservación de las selvas y la mejora de los modos de vida de las personas de los trópicos. Han observado señales alentadoras de progreso en Indonesia, al menos en los niveles más altos del gobierno, en especial desde 2004, cuando Susilo Bambang Yudhoyono fue electo presidente. Otro gran paso inició en 2000, cuando la policía nacional se separó de los militares, una organización notoriamente corrupta con lazos fuertes con la tala y el comercio ilegal. Mejores noticias llegaron en 2005, cuando el general Sutanto fue designado el jefe nacional de la policía. “No hay un líder de las fuerzas de la ley en ningún lugar del mundo que haya logrado tanto como él”, me comentó un funcionario estadounidense en Yakarta.
Se han realizado cientos de arrestos por actividades ilegales de tala desde entonces, concentrándose no sólo en los trabajadores que hacen la labor física (que pueden ganar apenas dos dólares al día), sino, ocasionalmente, también en compradores de nivel medio y funcionarios del gobierno, incluyendo al ex gobernador de la provincia indonesia de Kalimantan Oriental y muchos trabajadores en el corrupto Ministerio Forestal. El Parque Nacional de Gunung Palung, en Kalimantan Occidental, alguna vez una historia de horror de tala y caza sin control, ha dado un giro completo gracias a un director honesto y dedicado que tiene a su gente patrullando el parque con aeronaves ultraligeras y botes.
En el nivel nacional, muchos ministros indonesios tienen altas calificaciones, o al menos logran evaluaciones aprobatorias, por su dedicación a la reforma. “Y, sin embargo, me atrevo a afirmar que en este pueblo es imposible lograr que un policía haga algo sin exigir un soborno”, comentó una persona relacionada con un pequeño grupo de conservacionistas del lugar (frecuentemente, en mis pláticas con los activistas, me pedían que no hiciera público el nombre de quien me daba la información).
En varias capitales de distrito que visité, el resultado más patente del aumento en la autonomía local era un nuevo complejo de oficinas de gobierno, el segundo resultado más obvio era la extravagante nueva casa del bupati. “El reto –dice Frances Seymour– está en cómo ayudar a las comunidades y gobiernos locales a tomar mejores decisiones a largo plazo, porque lo que hay ahora es un frenesí a corto plazo por ganar dinero, y de aquí a 10 años los trabajos y las fuentes de ingresos habrán desaparecido”. Y las zonas internas de Indonesia seguirán tan pobres como siempre.
Una carretera serpentea por las escarpadas colinas de piedra caliza en Kalimantan Oriental, siguiendo una ruta que hace cinco años era un camino de tierra de los madereros. Hoy no hay nada más que matorrales en todas direcciones.
Después de cruzar un puente sobre el río Telen, nos detenemos cerca de una casa al lado de la carretera, que apenas califica para tener este nombre. Es una plataforma de madera al aire libre de no más de un metro cuadrado, elevada sobre troncos de la altura de una persona. El techo es una lámina de plástico azul sostenida por postes. Una mujer y dos niños están sobre la plataforma y otros tres niños juegan debajo.
Los troncos talados están esparcidos en un campo pasando la casa. El suelo está ennegrecido por la quema reciente, y aún hay humo que sale en ciertos lugares. Varios hombres y mujeres trabajan en el campo con machetes y palos para cavar, hechos de la madera nativa conocida como belian. Estoy viendo con mis propios ojos la destrucción del bosque y pérdida de hábitat.
Se acercan dos hombres a hablar con nosotros: Udan Usat e Ismael, tío y sobrino. Portan sombreros cónicos estilo javanés para protegerse del intenso sol. Sus rostros y brazos están cubiertos de hollín marcado por surcos de sudor.
Son de la tribu kenyah y se mudaron a este lugar el año pasado. Antes vivían en un poblado llamado Long Noran, en el río Wahau, en el interior de Borneo. Sólo quedan matorrales y toda el área alrededor de su pueblo, que estaba dentro de la concesión maderera de la compañía, se quemó en los masivos incendios de 1997 y 1998. Las llamas fueron encendidas por compañías que preparaban la tierra para plantaciones y después se desperdigaron rápidamente a las tierras vecinas en la temporada de sequía.
“Teníamos jardines, árboles frutales, árboles de hule y cultivos de hortalizas. Todo se quemó –comenta Udan Usat–. Había un conflicto con la maderera. Nos acusaron de empezar los incendios, pero no es verdad. Los incendios vinieron de muy lejos”.
Las cosas se pusieron muy difíciles después de eso. “Donde vivíamos había que hacer un viaje en barco y 15 kilómetros por tierra para llegar al asentamiento más cercano con un mercado –apunta–. Era caro usar el barco”.
El gobierno prometió que cada familia podría tener cinco hectáreas a lo largo de la carretera, si estaban dispuestos a mudarse a este lugar. Algunos pobladores vinieron a ver la tierra, tuvieron una junta y 169 familias decidieron empezar de nuevo aquí.
“Ahora, estamos entre dos poblados, así que será más sencillo vender nuestras cosechas cuando los campos empiecen a producir”, dice Ismael. Las familias vecinas se ayudan unas a otras y trabajan en diferentes sembradíos cada día. Cultivarán arroz, plátanos y la fruta roja y espinosa conocida como rambután. La quema que acaban de realizar ayudará con la fertilidad del suelo y esperan tener sus primeras cosechas el próximo año. Ismael era el jefe de la escuela primaria de Long Noran y, algún día, si hay suficientes niños aquí en el río Telen, las familias podrían construir una escuela.
“La vida será mejor aquí, es nuestra esperanza”, concluye Ismael.
Les agradezco haber hablado conmigo y me pregunto si debería retribuirlos con algo de dinero. Mis binoculares cuestan más de lo que ambos ganarán en más de un año. Me doy la vuelta y una niña de unos siete años me muestra una bolsa de plástico con dos ontok, bolas de masa frita y lemper, arroz envuelto en una hoja de coco, un regalo para mí. Me da la bolsa y su sonrisa me rompe el corazón.
A pesar de los nuevos rascacielos asombrosos que surgen alrededor de Yakarta, a pesar de los automóviles nuevos que congestionan sus calles, el hecho esencial que influye en la conservación de Borneo es la extrema pobreza de la mayoría de los indonesios, quienes ocupan tres cuartas partes de la isla. La estrategia adoptada por los ambientalistas para salvar la biodiversidad de Borneo deberá ofrecer, en primer lugar, formas de mejorar la vida de sus residentes.
“Nada es tan importante como el hambre –añade Albertus del grupo Green Borneo, con sede en Pontianak–. Las agencias de apoyo tienen que cambiar su forma de pensar sobre esto. Mejor salud, mejor educación, mejores condiciones económicas, esto es lo que ayudará a proteger los bosques.
Conforme me enseña los ecosistemas de Kalimantan Occidental y las economías destrozadas por la tala no sustentable, Dessy Ratnasari se asegura de informarme también sobre los beneficios que ha traído. “Muchos habitantes de Kalimantan Occidental crecieron con el dinero de las madereras –afirma–. Yo misma crecí gracias a los efectos multiplicadores de esta, ya que mi padre tenía una pequeña tienda de ropa y el dinero que la gente gastaba ahí venía de la madera. Por eso pude ir a la escuela y educarme”.
“Hati-hati” es una de las pocas frases que he aprendido de indonesio. Significa “precaución”, así como en los letreros colocados al lado de este camino de tierra que dicen “hati-hati, zona de tala”. Es una mañana caliente en Kalimantan Oriental y voy en un camión con Erik Meijaard, un científico conservacionista holandés asociado con la Nature Conservancy que ha trabajado en Borneo durante 15 años, y su colega Nardiyono. Hemos atravesado kilómetros de matorral y el paisaje no da señales de cambiar en ningún momento. Esta zona alguna vez fue selva tropical lluviosa de tierras bajas, pero se limpió y nunca fue reforestada. Ahora sólo hay arbustos, árboles pequeños, helechos y pasto, todo lleno de enredaderas.
“Es triste, ¿verdad? –dice Meijaard, tras leer mis pensamientos–. Y sin embargo, este es el tipo de selva donde Nardi y yo encontramos las mayores concentraciones de orangutanes”. Al decir “encontramos” quiere decir que han contado los nidos que los orangutanes hacen cada noche u otras señales que han descubierto que indican la presencia de estos animales. De todos los grandes monos, los orangutanes son los más solitarios, difíciles de localizar incluso cuando existen en grandes números. Meijaard me ha dicho que en realidad sólo ha visto dos orangutanes salvajes en los últimos dos años y medio de trabajo de campo regular.
El camión sube por una suave pendiente en la carretera y –aquí casi siento que debo insistir en que no estoy inventando la historia– hay una cosa café rojiza en la carretera. Lo veo, pero mi mente se resiste a aceptarlo. A ver, medio día, matorrales despojados… animal en la carretera.. ¿qué será? ¿un gibón?
“¡Orangután!”, gritan Erik y Nardi al mismo tiempo. El camión frena y todos nos bajamos y vemos cómo el orangután regresa al bosque junto a la carretera. Lo sigo con mis binoculares mientras se escapa, deteniéndose varias veces para voltear a vernos, hasta que baja una colina y lo pierdo de vista.
El taciturno Nardi está muy emocionado. “¡Qué suerte la tuya! –comenta una y otra vez–. ¡Un orangután, en la carretera!”. Las frases expletivas y superlativas abundan. Los visitantes de Borneo casi nunca ven un orangután salvaje, la mayoría ve algunos animales semidomesticados en conocidos centros de rehabilitación, como Sepilok, en Sabah, o en el Parque Nacional de Tanjung Puting en Kalimantan Central.
No obstante, este incidente nos revela más que mi gran suerte. Lo que acabo de ver simboliza uno de los asuntos más importantes para la biodiversidad de Borneo, y una leve esperanza de preservarla. “La selva talada es el futuro para la vida silvestre de Borneo”, asegura Siew Te Wong, quien trabaja en la conservación del oso malayo, en peligro de extinción.
“En Borneo, las especies no se extinguen en una gran superficie como resultado de una ronda de tala, o incluso dos o tres –menciona Junaidi Payne, de la oficina de WWF de Sabah–. El equilibrio de especies cambia muchísimo, pero incluso las especies especializadas de aves, orquídeas o epífitas siguen ahí, si se busca un poco en los valles y los pantanales. Así que se pueden talar las selvas y conservar la biodiversidad. Lo que no se puede hacer es convertir todo en un plantío de monocultivos”, como la palma de aceite. “Entonces, por supuesto, todo se pierde. Es un desierto biológico”.
El geógrafo de la WWF, Raymond Alfred, me enseña la Reserva de la Selva de Ulu Segama, propiedad del Estado, donde la selva ha sido talada legalmente y se ha conservado una vegetación que se ve realmente endeble, si se compara con la selva gigantesca del Valle Danum. Sin embargo, los investigadores han encontrado la mayor concentración de orangutanes en Borneo aquí, y la especie está prosperando en sitios similares por toda la isla.
En Kalimantan Oriental, Meijaard ha pasado en años recientes la mayoría de su tiempo trabajando con empresas madereras para ayudarlas a hacer una tala sustentable, y con los locales para encontrar formas de generar ingresos a partir de las selvas. Los puristas podrían decir que la meta principal de la conservación en Borneo sería aislar vastas áreas de selva virgen, pero para los biólogos que tratan con la realidad cotidiana, un acuerdo es la única alternativa realista.
Cuando Meijaard pasa tiempo en los poblados discutiendo la elección entre la conservación del bosque y las plantaciones de palma de aceite, nunca menciona a los orangutanes. “La gente se aburre de eso en cinco minutos. Para ellos sólo es otro mono en un árbol que los occidentales quieren venir a ver. Pero si les hablo sobre los peces de los ríos o los cerdos de la selva, entonces prestan atención, porque son recursos que pueden obtener de la selva”.
Meijaard no es sentimentalista sobre la industria maderera y la santidad de la selva tropical virgen. “Vamos, son los trópicos, las plantas volverán a crecer –afirma–. Estas selvas necesitan hacer dinero de alguna manera”. De otra forma, inevitablemente serán convertidas en plantíos de palma de aceite o pulpa de madera.
“Se está intentando lograr que las personas que tienen oportunidades económicas en este momento pospongan sus beneficios por otros en el futuro a largo plazo –dice el conservacionista Paul Hartman–. El bupati ocupa su cargo por cinco años, y lo que tiene en mente es hacerse de dinero en este momento”.
La administración sustentable de los bosques, una tala que proporcione ingresos sin comprometer la viabilidad a largo plazo del ecosistema no es fácil de vender. En Sangatta, Kalimantan Oriental, platico con Daddy Ruhiyat, consejero del gobierno local en temas de conservación. “Hemos pedido a las empresas madereras que nos muestren que las selvas son tan productivos financieramente como la palma de aceite –menciona–. Pero hoy en día no hay nuevas ideas provenientes de este sector para hacer que la tierra sea más productiva.
Ruhiyat ve un lugar para la industria maderera en su distrito, pero principalmente en las plantaciones de teca, que crece rápidamente, y puede cosecharse cada 15 años. “Queremos especies que puedan resultar productivas en una rotación relativamente corta –señala–. Tenemos que plantar selvas. Es la única manera”.
Le pregunto cómo se siente sobre las personas como yo –de un país que cortó sus árboles, minó su carbón, saqueó su vida natural y se enriqueció a partir de ella– que vienen a Borneo a cuestionar a los locales respecto a sus decisiones sobre la conservación.
“Es razonable que las personas de otros países estén consternadas por el medio ambiente en Borneo –opina–. No estoy resentido con esto. Pero el paso más importante es hacer que la gente tenga mejores ingresos. Empieza con las plantaciones de palma de aceite, que traen dinero para que la gente pueda vivir mejores vidas. Es difícil que las poblaciones hambrientas aprecien la naturaleza”.
Glen Reynolds del Centro de Campo del Valle Danum sostiene que el “pago por los servicios ambientales” es lo único que contribuirá a alejarse de la tala y las plantaciones de palma. Utiliza el término general para buscar forma de pagar a las comunidades, regiones o países para que conserven sus ecosistemas sanos y en funcionamiento. “Sin eso no habrá selva tropical en Borneo en 10 años”, asevera Reynolds.
El Protocolo de Kyoto de 1997, sobre la reducción de gases de efecto invernadero para combatir el cambio climático, es controvertido en tanto que no hizo provisiones para pagar por la protección de estas selvas y sólo plantea “evitar la deforestación”. Empero, en diciembre de 2007, una conferencia multinacional en Bali, Indonesia, retomó el asunto ya que estaba considerando revisiones a dicho acuerdo. Un nuevo acrónimo, REDD (Reducing Emissions from Deforestation and Forest Degradation) llegó al frente del debate sobre cambio climático, y los conservacionistas de Borneo inmediatamente lo vieron como quizá la última y mejor esperanza para el futuro, ya que ofrecía la posibilidad de un marco para que las naciones ricas combatieran el cambio climático pagando por la preservación de áreas importantes de selva tropical lluviosa. Hay muchos y muy grandes problemas que tiene que enfrentar REDD para su implementación pero, para las personas que están viendo desaparecer las selvas de Borneo, es un inicio.
“Yo diría que REDD es un prospecto muy grande en el horizonte –dice Frances Seymour de CIFOR–. Seamos claros: ¿por qué talan las personas? Por el dinero. Si les das la oportunidad de ganar lo mismo o más al salvar los árboles, ahí está la respuesta”.
Al final, la conservación en Borneo no intenta salvar la belleza del lugar o los orangutanes o elefantes y ni siquiera gira en torno al aceite de palma. Ningún conservacionista de los que entrevisté piensa que el aceite de palma es intrínsecamente maligno, y la mayoría estuvo de acuerdo en que una industria bien administrada podría beneficiar a la población empobrecida, sin sacrificar las riquezas biológicas de Borneo. Anne Casson, cofundadora del grupo ambiental SEKALA, expresa la opinión de la mayoría al afirmar: “No creo que haya quien diga que no se puede producir más aceite de palma. Pero, ¿a dónde nos lleva? Se pueden cultivar las tierras degradadas y no las forestadas. Hoy en día, los permisos de cultivo de la palma se han repartido sin tener en cuenta las cuestiones ambientales. Esto cambiaría si hubiese suficiente voluntad política y buena planeación del espacio”.
Pero todo se reduce a una sola cosa. “Esto es por el dinero –sentencia Casson–. Dinero, dinero, dinero”.
Aquí hay otro sueño. A lo largo de un camino de tierra, en el sur de Borneo, hay una casa de madera de una habitación con unos cuantos plátanos en el patio y un pequeño jardín cultivado atrás. Junto a la casa un hombre de rodillas lava una motocicleta Yamaha Jupiter Z.
El nombre de este personaje es, digamos, Pak Wang. Con su nueva motocicleta puede ir al poblado más cercano en cuestión de minutos en lugar de caminar casi una hora por la carretera. En el pueblo puede ver a sus amigos, comprar cosas, ir al bar de karaoke, y ver televisión en el restaurante de su tío.
Pak Wang quiere un teléfono celular. Si lo tuviera sería más fácil para él hacer planes con ellos y reunirse con la joven de nombre Unita quien vende fruta en el puesto callejero de la ciudad.
Entonces. Este es el mensaje para el mundo. Si queremos proteger las selvas de Borneo, preservar una parte sustancial de su maravillosa biodiversidad, asegurarnos de que los orangutanes tengan lugares para construir sus nidos cada noche y que los cálaos tengan fruta que comer y que las ranas voladoras tengan árboles para vivir, sólo hay una manera de hacerlo. Tenemos que encontrar la forma de que Pak Wang compre su teléfono. Y, después de que se case con la hermosa vendedora de fruta, contribuir a que encuentre una manera de mantener a sus hijos sanos y enviarlos a la escuela. Que pueda ofrecerles un mejor futuro sin tener que convertir sus selvas en plantaciones de palma de aceiteo en los estériles yacimientos de las minas.
Y necesitamos hacerlo mientras todavía haya algo que proteger.
No hay comentarios:
Publicar un comentario