domingo, 30 de noviembre de 2008

Arrecife Kingman: un edén inquieto

Escrito por:

Kennedy Warne

Un arrecife prístino y poco común resulta ser un paisaje atemorizante, donde reinan peces depredadores cuyas presas viven escondidas.Arrecife Kingman: un edén inquieto
Los buzos que lo encontraron dijeron que, desde lejos, parecía un platillo volador. Al examinarlo más de cerca, el ecólogo Enric Sala ve un magnífico coral lobular que podría tener 500 años. De acuerdo con el experto en arrecifes Jim Maragos, es probable que la especie sea nueva para la ciencia.
Foto de Brian Skerry

Las brisas del trópico hacen crujir las palmas, el mar color turquesa lame la arena blanca y, bajo la superficie, un arrecife de coral bulle con peces fotogénicos. ¿Qué podría andar mal en esta escena de tarjeta postal? Enric Sala, ecólogo marino, dice que un ecosistema floreciente como este podría estar, de hecho, en apuros.

Esta noción radical coincide con lo que Sala, miembro de National Geographic, observó durante dos expediciones recientes al arrecife Kingman, parte de una cadena de atolones e islas del Pacífico (llamadas Islas de la Línea) que se extiende a ambos lados del Ecuador, 1500 kilómetros al sur de Hawai. Los lugares como Kingman, remotos y casi vírgenes, preservan un registro del mundo cuando la huella del hombre era superficial. Ofrecen un punto de referencia con el cual medir cambios, así como una guía de conservación. Sin embargo, son un recurso escaso. “Alrededor del mundo hay tal vez 50 arrecifes en las mismas condiciones”, comenta Sala. Escogió las Islas de la Línea porque representan un gradiente de la influencia del hombre: en un extremo, el arrecife Kingman –inhabitado e intacto–, y en el otro, la ecológicamente degradada Kiritimati (Isla Christmas), con una población que supera los 5000 habitantes. El triángulo de coral de 46 kilómetros de Kingman encierra una laguna del tamaño de Manhattan. Sobre el agua no crece nada. El único terreno seco está constituido por algunos bancos de desecho coralino blanqueado por el sol y por las conchas muertas de almejas gigantes. Pero bajo la superficie existe un mundo de opulencia inusual. El arrecife es una refulgente ciudad de corales ramificados, hongo, dedo y plato apiñados de tal manera que casi no hay entre ellos espacios de arena desnuda. Entre los intersticios se escurren fusileros y peces damisela, mariposa y loro, además de los centenares de filtradores de plancton, mordedores de coral y comedores de algas que constituyen la comunidad de peces del arrecife. Patrullando sobre el perfil del coral se encuentran los caciques del arrecife: tiburones grises y puntiblancos, además de multitud de agresivos pargos de dos manchas. De hecho, hasta 85% de la biomasa de peces de Kingman está constituida por estos grandes depredadores, de los cuales, tres cuartos son tiburones, lo que contradice el aspecto convencional de estos bancos, que cuentan con muchedumbres multicolores de peces como de acuario, los cuales juguetean en jardines de coral y rara vez se encuentran con depredadores superiores. En Kingman, su proporción, cumbre de la pirámide de la biomasa común, es mayor que cualquiera que se haya encontrado en otros ecosistemas de arrecife de coral. Aquí, la pirámide de biomasa está de cabeza.

A primera vista, esta pirámide resulta ilógica. En tierra, estamos acostumbrados a la idea de que un depredador superior, digamos, un león, coma muchos ñus para sobrevivir. Ahora imaginemos un mundo con un kilo de ñu por cada cinco kilos de león. La única manera en que puede funcionar una pirámide invertida es que haya una rotación rápida de la biomasa de los niveles inferiores. Las presas deben crecer y renovarse rápidamente; los depredadores deben desarrollarse con lentitud y vivir mucho tiempo. Este parece ser el caso en Kingman. En las tibias aguas tropicales, muchas especies de presas se reproducen varias veces al año, y renuevan sus reservas a la misma velocidad con la que los depredadores se las acaban. Aun así, las presas apenas logran mantener a los depredadores: cerca del atolón Palmyra, otro arrecife protegido, se han encontrado pargos rojos con el estómago casi vacío. La imagen que se tiene de la vida en un arrecife sano incluye depredadores abundantes con hambre perenne y presas escasas que viven siempre con miedo.

Si Kingman, dominado por los depredadores, representa la regla de oro de los arrecifes de coral, ¿cómo afecta la pesca de grandes carnívoros a las comunidades coralíferas de otros sitios, como Kiritimati? Como demuestra un reporte de las Islas de la Línea, la pesca excesiva puede desatar un aumento desmedido en la población de peces más pequeños. El arrecife parecerá exuberante por un tiempo pero su ecosistema puede pasar de paraíso de la diversidad a un desierto ecológico atestado de sedimento, en cuestión de décadas.

A través de mecanismos que todavía no se comprenden del todo, esta aceleración produce una explosión de microbios. La pesca de grandes herbívoros contribuye a la degradación del arrecife porque las grandes algas prosperan y su actividad fotosintética aumenta la presencia de carbono orgánico disuelto en el sistema, que desata el crecimiento de las bacterias.

Hay 10 veces más microbios en las aguas de Kiritimati que en Kingman. Esta investigación ocurre en un momento crítico para los arrecifes de coral, en peligro en todo el mundo, dado que el aumento de los gases de invernadero calienta los océanos e impulsa la acidez del agua del mar. Las temperaturas elevadas desencadenan una enorme incidencia del blanqueamiento de coral. El incremento en la acidez, resultado de una mayor absorción de dióxido de carbono, amenaza la matriz misma del coral. La contaminación y la pesca excesiva empeoran la situación.

Para Sala, el mensaje está claro: la pesca excesiva es un sabotaje ecológico. “Es como quitar partes esenciales de una máquina y esperar que siga funcionando”, comenta. En Kingman, la máquina todavía conserva todas sus partes. Y, puesto que el ecosistema está intacto en su mayoría, cuenta con la estabilidad y la resistencia necesarias para sobreponerse a los problemas ambientales. El arrecife Kingman constituye uno de nuestros últimos y más claros ejemplos de lo que los arrecifes de coral tienen que ser: una postal del pasado para beneficio del futuro.

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